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El invitado
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por Ignacio Segurado
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Nada hay de raro en que cinco desconocidos (un coleccionista, una fotógrafa, un director, una actriz y un escritor), elijan a un joven estudiante de 4º de Arqueología y le propongan pasar 15 días en un hotel -gastos pagados- con el único propósito de someterle a una minuciosa observación. Lo raro es que el chico acepte sin más, simplemente por curiosidad y por dinero. Así comienza EL INVITADO.
Me es difícil alcanzar el corazón del asunto, avanzo con pasos sesgados, abro paréntesis y paréntesis y paréntesis -y guiones-, doy vueltas al tema, pero retraso el momento de la confrontación con él. Es el chico, nueve años después, todavía joven y ya profesor, regurgitando aquellas dos semanas. Escribe duro, sincopado, y en sus horas bajas fantasea con rendirse a la novela. No lo hará. Bien por él... y por nosotros, que se nos dá la oportunidad de vigilar a los que vigilan al vigilado, de ser los invitados sin habitación reservada en un hotel, el Enó, epicentro brumoso y discreto de esta curiosa lección de anatomía.
Todo en EL INVITADO sucede bajo las más estrictas reglas de un intercambio pulcramente pactado. Nada hay de extraordinario ni de onírico. El asunto de fondo es el conocimiento, y su reverso, el secreto. Como lectores, vamos descubriéndolo a la vez que el protagonista. Hasta el más enigmático anzuelo, como el nombre del hotel, tiene una relación objetiva con el experimento. El invitado no es un fin, sino un medio para descubrir hasta dónde se puede forzar la curiosidad del ser humano. Un individuo petulante y engreído (joven, en definitiva) elegido a propósito por su capacidad intelectual y su ansia de conocimiento. Su ejercicio de memoria, posterior, tiene más de esfuerzo para reconstruir el pasado (y, por tanto, de melancolía) que de intento postrero de expiar un trauma. EL INVITADO se puede leer como un esfuerzo racional de desmigajar la primera juventud, pero también como un ejercicio de fidelidad al pasado y, por qué no, como una reflexión sobre los límites expresivos del lenguaje (¡supongo que habrá muchas otras lecturas, pero yo no he dado con ellas!). En cuanto al desarrollo de la trama, de nada sirve seguir profundizando: no por miedo a desvelarla (es tan secundaria como en las novelas de Sciascia), sino por el peligro, real, de empezar a ver parábolas donde -¿sólo?- hay conversaciones. |
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