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| El Hombre Del Salto
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| por Irene Rodríguez
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La dificultad de enfrentarse al trauma colectivo, a la paranoia generalizada, al impacto visual y emotivo que la globalización mediática dejó latente en nuestras retinas aquel martes, 11 de Septiembre, es un reto mayor. El impacto de aquellos dos aviones comerciales contra las Torres Gemelas no puede abordarse, todavía, con el rigor que otorga la historia y es imposible que su lectura no remueva en el lector fibras íntimas que, difícilmente, pueden satisfacerse a través de la ficción narrativa. Por eso resulta sorprendente que DeLillo haya sido capaz de engendrar, tan pronto en el tiempo, una novela que consigue descolocarnos y conmovernos, sacudir nuestra conciencia y recordarnos el desconcierto que, de un modo u otro, todos sentimos en aquellos momentos, apartándose del morbo fácil, el sensacionalismo y la sed de respuestas.
Un ejecutivo divorciado que sobrevive al impacto en una de las torres cubierto en ceniza y cristal, su mujer y su hijo, de los que vive separados, los amigos adolescentes de éste, un grupo de enfermos de alzheimer que se reúnen en terapia tratando de rescatar los últimos jirones de su maltrechas memorias, una mujer de color atrapada en otra de las plantas, un maletín, un marchante de arte alemán, uno de los terroristas preparándose para el supuesto martirio, el hombre del salto…Todos están aquí. Unos deambulando rotos y desconcertados, otros juzgándolo todo en busca de respuestas, otros analizando los hechos desde una perspectiva distanciada (y europea), otros obsesionándose. Cada uno en busca de una salida para dotar de sentido al horror desmesurado y primitivo del que sólo es capaz el ser humano, camuflado siempre detrás de una excusa (guerra santa, venganza, Dios).
El terror doméstico e inmediato, la desconfianza ante el vecino, la búsqueda de lazos entre los que comparten recuerdos traumáticos, la necesidad de control, la incapacidad de volver a la normalidad, de ubicarse, de volver a ser quien se era (magníficamente reflejada en la imposibilidad de contemplar sin huir despavoridos la representación callejera de lo que antes era un simple salto) son los ejes argumentales que constituyen la trama. Sólidos pilares sobre los que da miedo asentarse.
Don DeLillo economiza en esta novela sus recursos dramáticos y literarios hasta sus últimas consecuencias, refrendando su leyenda de autor denso y complejo, que, lejos de recrearse en fuegos de artificio, logra depurarse hasta el extremo. Sentando un precedente del que será difícil desmarcarse. Obligándonos a dar el salto, empujándonos a abordar nuestros miedos más íntimos.
Con este EL HOMBRE DEL SALTO, DeLillo ha firmado una novela seca, desnuda, natural. Un salto al vacío del alma de todos los que no estuvimos dentro de esas torres, pero somos conscientes, desde entonces, de que los cielos azules ya no son un sinónimo del paraíso.
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