|
El Gran Silencio
|
por Antonio Ruiz Vega
|
|
Pese a su relativa juventud David Torres demuestra en esta novela una maestría narrativa literalmente envidiable.
Sin una obra demasiado extensa detrás, "El Gran Silencio" es sin embargo una novela madura, compacta, sólida, sin vacilaciones.
El personaje, Roberto Esteban, es un púgil ya retirado, de humilde origen (Madrid, barrio de San Blas), que tras una fulgurante carrera que culmina haciéndole Campeón de Europa, es derrotado por un temible púgil mexicano, Chamaco. Tras la caída, se dedica a un corolario de subempleos y termina sus días como matón a sueldo. Entretanto ha atravesado un periodo de alcoholismo del que, sin embargo, logra salir.
Roberto vegeta tediosamente en un mundo que para él no tiene excesivo sentido. Su reflexión comienza con el recuerdo de una estampa con el rostro de Cristo que su madre guarda con veneración, un Ecce Homo al que llegó a parecerse sospechosamente su propia jeta tras el repaso que le propinó el azteca, el que le retiró del ring. Y será una consulta al cura de su colegio sobre el dichoso "ceomo" (así le llamaba su madre) lo que le llevará a partirle la cara al mosén y a su expulsión del centro.
Nuestro personaje, tras pasar por varios infiernos, considera que ha perdido "el alma", no recuerda muy bien cuando, pero así es.
Y mientras toma combinados sin alcohol en el bar Oso Panda y sufre más que nadie los domingos por la tarde ("la semana ha muerto y su cadáver empieza a corromperse"), deja pasar los días con alguna que otra visita a su madre y paseando como un fantasma por San Blas, donde apenas queda nadie de su generación, casi todos aventados por la droga, el paro o la delincuencia. Pero será en una sobremesa en la casa materna (el padre ha muerto hace mucho) cuando una llamada de teléfono le ponga en la senda de un extraño trabajo.
Un anciano, Nicolás Morales, le ofrece una cantidad más que sustanciosa por proteger a una conocida bailarina, Laura Lasalle. Laura fue mujer de Carlos Chacón, también bailarín de flamenco, pero tras un accidente de este (quedó cojo), se separaron. Según Morales Chacón no ha digerido la separación y la persigue y agobia. Esteban, a cambio de un par de millones, debe convencer contundentemente a Chacón de que deje en paz a su ex. El encargo es bastante ambiguo, porque Laura tiene ya guardaespaldas y no se sabe muy bien si a Esteban le proponen que de "un susto" a Chacón o incluso que se le quite de enmedio. Hay algo que no convence al ex-púgil que, de todos modos, promete pensárselo.
Pero antes de que decida nada, recibe otra visita, la de un extraño personaje. Un enano criador de animales (perros, serpientes, etc.) quien le propone pagarle una sustanciosa cantidad por olvidarse del asunto. Esteban, pese a que ve la ocasión de llevarse medio millón sin comerlo ni beberlo, reacciona sin embargo en sentido contrario. Mientras tanto tiene que resolver un asunto menor, darle una somanta a un estafador, aunque desiste en el último momento cuando le ve paseando junto a su hija mongólica.
Visita por fin a Morales y a Laura en el teatro donde esta ensaya y allí se encuentra al guardaespaldas de esta y hombre de confianza de aquel, al expolicía "Cáncer", un tipo al que describe como "un kiosko de periódicos" de grande, al que conoce de antaño y con el que no se lleva nada bien.
Finalmente aceptará el trabajo, y algo debe influir la visión fugaz, de la bella bailarina deambulando por el escenario. El argumento versa sobre la fábula del Minotauro y ella es Ariadna...
Hay que decir que el personaje, Esteban, pese a ser un boxeador zurrado por el destino, con la cara bastante trabajada por sus rivales y de humildes orígenes, como hemos visto, no es en absoluto un personaje insensible. Pese a la pérdida del alma, que lamenta, Esteban se deleita, en el "Oso Panda" viendo incesantemente patinaje artístico, le encanta Schumann y se interesa tanto por Laura y su personaje que, tras cobrar el primer adelanto, compra el primer libro de su vida, una mitología griega que va leyendo a lo largo de toda la narración.
A Esteban los mitos griegos le parecen, en ocasiones, andanzas de superhéroes de la escuela de Marvel Cómics y otras chismorreos de revista del corazón, y hay que reconocer que lleva bastante razón.
"Los griegos sabían hacer las cosas, conocían muy bien la naturaleza humana, no como esos gilipollas de guionistas de la tele, con sus lecciones morales llenas de buenos y malos."
Toma lección nietzscheana...
Como el encargo se presta a varias interpretaciones, Esteban decide, en primer lugar, localizar a Chacón. También averiguar dónde vive y quien es el misterioso enano que le ha ofrecido 500.000 pts. por olvidarse del asunto. Cree, claro, que ambos actúan en comandita.
La realidad, sin embargo, es bastante más complicada. De un modo indirecto se entera de que Chacón ni siquiera vive en Madrid, ni en la península. Está trabajando en Mallorca, donde, como luego se sabrá, ha abierto un tablao, donde actúa, cojo y todo.
Y, bueno, la prosa está llena de figuras restallantes, suena a nuevo, a fresco. ("El Renault iba deslizándose sobre las calles como una gota de aceite sobre una sartén recalentada". O cuando, para significar la desmesura de la cama del enano Cerero dice "tan grande que su dueño podría jugar al fútbol con dos o tres colegas más". O el perfecto laconismo de la frase final cuando el mismo Cerero se derrumba, sollozante, y él da media vuelta y se va: "No tenía entradas para esa función. O cuando, en Mallorca, describe los efectos del sol sobre la piel de una mujer como una emulsión del revelado sobre una placa fotográfica. O cuando se chotea del grosor ínfimo de unas lonchas de jamón que le ponen el tablao mallorquín, pensé en fabricar algo con ellas, unos encajes comestibles o algo de lencería". O cuando llama a un crucifijo "Un minúsculo gimnasta". O cuando explica su diálogo con el policía amigo, Muñoz, quien no tiene más remedio que enchamparlo, como si fuera un combate de boxeo: habla de "abrir la guardia", habla de las frases en serie "un dos, un dos", etc.)
Resumiendo: Morales ha sido magistrado del Supremo y es un tipo siniestro y retorcido. Organizaba peleas irregulares, en una de las cuales la diñó el hermano del enano (Cerero). Así que la venganza de Cerero, que termina achuchando un "bull terrier" contra el brazo de Esteban no tiene nada que ver con Chacón a quien, por cierto –y de camino–, nos enteramos que dejó cojo el cabrón de Morales...
Esteban, que salva a Laura del acoso de Cerero, acaba tirándosela. Y más tarde, para ganarse los dos kilos, entra en el "queo" del enano Cerero, un pulguero con aliento a león donde guarda, entre otras gollerías, varias serpientes venenosas. Y luego parte para Mallorca donde conoce a Chacón. Le bastan muy pocos minutos para darse cuenta de que el bailaor cojo sigue enamorado de la que llama "mi paloma" (aunque: no confundirse, por aquí se explica que las palomas son ratas con alas) y de que jamás atentaría contra ella. Hay una escena memorable, cuando Esteban ve taconear desesperadamente a Chacón apoyándose sobre su pierna tullida... El encuentro entre estos dos hombres "de pocas palabras" es de lo más memorable del libro. El diálogo entre un boxeador y un bailarín.
Así que Esteban, acunado por "lieder" de Schuman¸ alimentado con la mitología helena, vuelve a Madrid y comienza a poner las cosas en claro.
De momento se encuentra conque al enano Cerero le han pasaportado al otro barrio y que todo le incrimina. Pero, claro, poco había de valer un ex-magistrado del Supremo si no le saca del trullo, lo que hace sin mayores problemas.
Y el protagonista, que conoce la lucha desesperada de Cerero por vengar a su hermano y también los detalles de su horrible muerte, va percatándose de quien es el verdadero hideputa del asunto. Pero, realista, sabe que nunca podrá alcanzarle, que está a salvo de todo. Y decide darle una lección a "Cancer", el ex-policía, el "Kiosko de Prensa", el asesino de Cerero... Hay un momento en el que parece que le va a perdonar la vida, cuando le sorprende, en pleno parque del Retiro, jugando con su hijo. Pero abandona los escrúpulos y decide hacer justicia. Lo sigue hasta los urinarios y allí le ataca. El "bulldozer" se defiende y le desencaja la mandíbula de una hostia, pero al final, recurriendo a algunos trucos no del todo ortodoxos, le propina una buena somanta...
Porque, al final, confiesa, "no me movía ni la justicia, ni la venganza, sino las ganas de joder, de hacer daño".
Y tras la catársis de la mano de hostias que le mete a "Cancer", el alma, que se había esfumado tras la paliza de Chamaco, regresa a su domicilio terrenal. Es cuando Cáncer está como un guiñapo, con la polla medio seccionada por la cremallera del pantalón y bañado en sangre, cuando le advierte que la próxima vez va a por su hijo, que ha presenciado, atónito, la masacre, cuando el alma vuelve. "Mi alma resplandeció, brillante de poder entre los baldosines blancos, gimió añorante y se alojó de nuevo en su envoltorio mortal, como un cuchillo en su funda".
Y, "la moraleja de mi historia es que no hay moraleja.
El mal descendió y habitó entre nosotros, nos pagó unas copas, nos invitó a unas rondas, pero había comprado nuestras almas, ni nada por el estilo".
Y aquí no ha pasado nada. El cabronazo de Morales quedará impune, Laura le olvidará, y el único beneficio de los polvos épicos al ritmo de Schumann será un espectáculo sobre la base de la "Fantasía en Do Mayor".
Y Esteban tratará de olvidarla entre las piernas de la centroamericana Caima, quien le debía un polvo desde hace mucho tiempo, desde que el ex-boxeador le partió la nariz a un macarra que la estaba machacando...
Y Caima, que "aunque sea puta, no soy gilipollas", le espeta que con quién ha echado el polvo y él, que no puede disimularlo, le paga religiosamente. "Venga, no me jodas –le dije–. Con una zorra que no me cobre, ya tengo bastante".
La novela está trufada de puñaladas traperas contra Madrid, "¿Qué se podía esperar de una ciudad que en vez de río tenía un churrete de agua sucia y mierda?".
Y las reflexiones sobre la fábula del Minotauro en particular y sobre la mitología griega en general, geniales. Véase la página 60. También la 121. O la 243.
También son valiosas las meditaciones boxísticas, cuando habla de "un círculo mágico donde se habían abolido las leyes, un reducto sagrado que los demás hombres contemplaban con ansia, con reverencia, con envidia, con odio, temerosos, asqueados de aquella soberana pureza con que dos de los suyos habían decidido prescindir de las armas y ventajas de la civilización y cambiarlas por unos guantes y unos calzones para dirimir en una suspensión mitológica del tiempo, el orden y la ley, una disputa inmemorial, infantil acaso".
Y hay descripciones gloriosas de los ritos amorosos entre él y la bella Laura, en quien cree encontrar un oásis de pureza. (Pág. 117). "La levanté en vilo y la llevé hasta el sofá, y allí me arrodillé para beberla...".
Para concluir, dos veces, "pero lo mismo era la muerte...".
A destacar, también, la somera revista que pasa a la desgraciada historia del boxeo español (Pág. 229) y su destino: "casarse con una folklórica, tirarse desde una terraza, dedicarse al cine porno, guardar puertas de discoteca. Qué más queríamos".
En resumen, una gran novela, al menos tan buena como la que finalmente ganó el Nadal. Si hubiera estado en el jurado lo hubiera tenido difícil. Creo, incluso, que aquí ha pesado más el "nombre" de Trapiello que el estricto mérito literario. No sería el primer caso de concurso literario donde la finalista es superior a la premiada.
¡Ah! Lo de "El Gran Silencio" se explica por la progresiva sordera del protagonista, secuela, como es lógico, de un puñetazo demasiado certero. Esteban se está quedando teniente y, tal y como confiesa, apenas escucha otra que cosa que a Schumann a todo volumen. A decir verdad, ha tenido que aprender a leer los labios. Así que antes de que llegue "El Gran Silencio" (antesala, claro, de otro mayor), debe hacer lo que debe hacer, como lo hizo ante Chamaco, a quien le aguantó los doce asaltos... |
|