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| El Artista Torturado
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| por Pedro M. Valenzuela
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Que la industria del entretenimiento (o el capitalismo de ficción, que diría Vicente Verdú) no aporte ninguna novedad a las formas de arte conocidas y que le baste, y le sobre, con explotar los consabidos clichés que se saben que funcionarán por muy manidos que estén no es ningún secreto ni descubrimiento en nuestra actual cultura occidental. Bien, entonces ¿qué pasaría si el gran gurú de una de las mayores empresas de comunicación decide crear un proyecto para dar al consumo de ocio un enfoque realmente artístico y no puramente económico, que sirva para cautivar y cultivar al gran público? Pues que todo seguiría más o menos igual pero al menos alguien dormiría más tranquilo pensando que ha hecho algo por la gente.
Así nace la historia de El Artista Torturado: Harlan Eiffler es el brillante mánager de un chico talentoso que será el diamante en bruto de esta empresa en la que el fin justifica los medios y que, partiendo de la teoría de que sólo el sufrimiento es el estímulo capaz de hacer aflorar al verdadero artista, se encargará de hacer lo más difícil y tortuosa posible la existencia a Vincent Spinetti, un niño de siete años que demuestra unas capacidades creativas excepcionales mientras comienza a andar un camino que sólo tiene la dirección para ir de mal a peor. Vicent se encuentra constantemente entre enfermedades, muertes, drogas, soledad, rupturas amorosas, traiciones de amigos, violencia física y psicológica, bajo una serie de manipulaciones encaminadas únicamente a estimular su talento y hacerle plasmar en papel todos sus fracasos para convertirlos en éxitos musicales, series de televisión y guiones cinematográficos, ya que su esperanza es que todas las desgracias que le suceden sirvan para inspirar obras que ayuden a las personas a ser un poco mejores: “Tengo que creer que la gente puede cambiar. Puedo estar equivocado, y seguramente lo estoy, pero tengo que creerlo para encontrar sentido a todo esto”.
Esta novela rabiosamente actual (salvo por los loables fines que persigue la gran empresa del entretenimiento) es una divertidísima negra sátira sobre los maquiavélicos mecanismos necesarios para lograr obras dignas de sobrevivir en el tiempo a sus creadores; lo que se considera arte hoy en día tanto por productores como por consumidores, tiene más que ver con los primeros puestos en las listas de éxitos y de audiencia que con la calidad de lo ofrecido, y este libro es una crítica mordaz que puede servir para hacernos cargo un poco más de la particular situación de la industria de la cultura y el ocio.
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