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| Diecinueve Minutos
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| por Francisco J. Vázquez
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El llamado acoso escolar es un problema que ha adquirido dimensiones desproporcionadas, y que está más presente en la sociedad de lo que muchos responsables de centros de educación o padres de alumnos quieren admitir. Consiste, para quienes no lo sepan, en hacerle la vida imposible a un niño o niña dentro y fuera del propio centro escolar. Los acosadores suelen ser compañeros de clase de la víctima, aunque tampoco es raro el hecho no sólo de que en muchas ocasiones éstos no pertenecen al mismo centro sino que, además, alguno ya no son ni estudiantes.
Resulta paradójico comprobar cómo a medida que proliferan en la prensa estos casos más y más se obcecan determinados responsables en negarlos, o en quitarles importancia. Hasta tal punto llega la mezquindad de algunos que, tras llegar a situaciones dramáticas de suicidios consumados o intentos futrados, o de palizas de índole brutal, han llegado a comentar las socorridas aunque deleznables frases de son cosas de niños, o quién iba a pensar que...
Por eso, cuando los lectores se acerquen al libro de Jordi Picoult Diecinueve Minutos van a descubrir algo en él que no esperan respecto a este tema: la exposición de un problema que ya conocen desde una de las ópticas que no se ha dado aún (creo), pero que es perfectamente posible.
Y es que la trama de esta excepcional obra parte de una premisa fundamental: ¿qué sucedería cara a los organismos públicos de enseñanza, a las autoridades, a los propios padres de alumnos conflictivos o a los padres de los alumnos victimizados si, en un momento dado, un martirizado de este acoso escolar pasase la línea que separa a la víctima de los verdugos y actuase contra estos? ¿Y si en esa lucha hubiese otras víctimas inocentes en el camino de esa venganza? ¿De quién sería la culpa? ¿Del torturado que ha decidido defenderse? ¿De los que han permitido que alguien sufra sin hacer nada? ¿Quién podría reprochar su actuación? ¿Cómo juzgarla como desmedida si se le fuese de las manos?
Muchas preguntas nos van a venir a la cabeza a medida que vayamos adentrándonos en los recovecos que se ocultan a cada página de Diecinueve Minutos. Pero deberíamos plantearnos algo. Esto es una novela, y muy dura. Ahora bien, ¿quién nos dice que mañana no puede ser una realidad? A fin de cuentas, la realidad supera con creces a la ficción. ¿No deberíamos tomarnos esto más en serio y evitar males mayores? Quizá la lectura del libro sirva para abrir las mentes y solucionar un asunto que, aunque parezca paradójico, aún está a tiempo de ser resuelto. Más adelante no se sabe qué puede pasar, pero esperemos que no sea demasiado tarde cuando de veras se intente poner remedio.
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