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| De Oca A Oca
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| por Antonio Ruiz Vega
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Una artista (ecos de la propia autora, que lo fue durante 20 años) recuerda vivencias de su infancia mientras habita en un viejo molino del pueblo de Olmeda. Mientras tanto, tiene problemas con su marido y ve como los hijos van distanciándose de ella. Su marido coquetea con la idea de declararla loca y esa es la fama que, más o menos, tiene en el pueblo.
La novela es un canto a la civilización rural, en la cual todavía las curanderas y sanadores ejercían su magisterio y donde viejos patriarcas impartían justicia sin pasar por el juez.
La protagonista, Justa, la pintora (y escultora) del molino, la que está casada con un marino, tuvo una etapa cosmopolita, estuvo en París, fue modelo de alta costura, pero luego decidió volver al pueblo, encastillarse en el molino, con sus cuadros y sus recuerdos.
Sobre todo sus recuerdos, ya que esta historia se va reconstruyendo a medida que Justa va recordando episodios de su infancia en Olmeda mientras esas ocas de que habla el título aletean por los alrededores del molino, guardianas de su pequeño mundo, como las del Capitolio, que detuvieron a los galos de Brenno (¿O eran gansos).
Justa pasó buena parte de su infancia con Bernal, un niño especial con el que, inocentemente, compartió muchas noches. Este Bernal, ya de mayor, vive en norteamerica, es profesor y hace también esculturas. Un día le manda, por amigo interpuesto, un trozo de madera y otro de hierro, símbolos que sólo ella entiende.
Poco a poco vamos conociendo la historia de los vecinos de Olmeda. Los que se quedaron, los que se fueron... la huella de la guerra.
Justa va aplicando a sus esculturas todo el saber de su abuelo, que era carpintero y leñador, y que le enseñó a distinguir las clases de madera, sus calidades. En cuanto a temas, va aplicando también lo escuchado y vivido de niña, como la historia del bandido Borobón, al que dedica un busto.
Hay un centón de historias del pueblo y de sus habitantes y finalmente Justa decide partir, atravesar el Atlántico para buscar a Bernal, el viejo amor de la infancia. Para ello abandona el pueblo, deja el molino lleno de esculturas y parte...
El conjunto es airoso, no parece una ópera prima, sobre todo el punto de vista es original. Podemos decir que es un canto –entre otras cosas– de la vida tradicional, cuando las cosas sabían y era posible sentirlas, y todo tenía sentido, en contra de la modernidad con su intrínseca falsedad. Regreso a la tradición, a las raíces, después de haber visto mundo, recuperar lo mejor pasado a la luz del presente... |
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