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Contra Franco 1968-1978
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por Antonio Ruiz Vega
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Contra Franco éramos más felices es una frase tópica que se pronunció mucho en la llamada Transición (de ida y vuelta, según se ha visto), quizá para contrarrestar aquellas pintadas que decían algo parecido, pero que representaba justamente lo contrario: Con Franco vivíamos mejor (a lo que solía añadirse, apresuradamente, algunos). Éramos felices porque éramos más jóvenes, claro. Y algunos vivían mejor, es cierto, y no sólo los potentados y los logreros, que yo creo que cuando verdaderamente comenzaron a forrarse fue con la democracia y el felipismo, sino también otros, los que menos tenían. La clase obrera disfrutaba del pleno empleo (algo que nunca jamás ha vuelto), y además era empleo seguro, de por vida (existía algo llamado “plus de antigüedad” ¿se acuerdan?). El despido era inalcanzable para ningún empresario y los pisos costaban entre dos y tres años de sueldo.
Sin embargo nadie que no viviera del Movimiento o fuera un miserable o un cobarde podía mirarse a la cara en el espejo si no combatía lo que era, lo que fue, el último gobierno totalitario de Europa (del Oeste). Lo que, salvando los 10.000 numerarios del Movimiento y los 4 o 5000 opositores, arroja un saldo de cobardes y miserables verdaderamente preocupante…
Rosa Pereda ha querido en este libro hacer un poco de memoria personal y de sociología de barbecho, con un resultado desigual. Le falta algo de cultura general y demuestra ser analfabeta en varios idiomas lo cual, según y cómo se mire, tiene su mérito.
La cronología no la respeta mucho, y la verdad histórica (me refiero a datos constatables, no a juicios de valor) pues también tirando a poco. Hay lapsos verdaderamente inexplicables, pues si se ha propuesto cubrir la década del 68 al 78 es bastante alucinante que ni siquiera miente el Juicio de Burgos, que fue la mayor movilización nacional e internacional contra el Franquismo. Hay otras ausencias u olvidos clamorosos.
Es ya, va siéndolo al menos, fácil el “contar batallitas” sobre aquellos años, fabricarse, como dice Lauzier “memorias de excombatiente a base de noches de farra” cosa que todos hemos practicado en un momento u otro, confesémoslo. Y está luego la cuestión del 68, donde Rosa también estuvo. Yo me pregunto ¿hubo algún francés en las barricadas? (aparte de los CRS), pues parece que toda la inteligentzia mesetaria se agolpaba en las barricadas del Quartier Latin en aquella frondosa primavera…
La mención al 68 se ha convertido en un leit-motiv tan cargante (y tan sospechoso) que recuerda mutandis mutandi al tubalismo, siendo ambos también bastante míticos. Habrá que hacer, dentro de poco, como Richard Ford que cuando tomaba en sus manos cualquier libro de historia de España miraba primero el índice y si veía alguna referencia al patriarca Túbal, cerraba el libro y lo devolvía al anaquel. Como decía otro “comic” cuyo autor ahora mismo no recuerdo “Caballero, esta casa es muy seria, aquí no se practica el 68” (puesto en boca de una madame ante un hippioso nostálgico que, ante el tálamo, se disponía a contar su gesta personal). Aquí sí se practica el 68 y otras desviaciones intelectuales contra natura…
La tentación es la de querer justificar el pasado, reinterpretarlo, a veces haciendo de necesidad virtud, y es algo en lo que la autora no cae de todo. Las fechas en las que el libro ha sido escrito, ya en el segundo mandato del PP, le impiden lanzar las campanas al vuelo y entusiasmarse con las virtudes de la Transición.
En varios pasajes la autora alude a la “generosidad” de la izquierda (no hubo revanchas, no se tocó un pelo de la ropa ni de la cuenta corriente de los que habían detentado el poder, los franquistas fueron amnistiados sin necesidad de leyes de amnistía, página 7), lo que sería de reír si no fuera de llorar. Que yo sepa quien dio una amnistía fue la derecha, el sucesor de Franco. Y la izquierda jugó a lo que quiso la derecha y punto. En buena situación estaba la izquierda para tomarse revanchas… Y en la página 127 dice literalmente que a los franquistas les cayó la lotería. Hay que ser ingénua…
La tesis, que no es sólo a Pereda quien la esgrime, dice que fue la labor de la oposición la que preparó el camino e hizo inevitable la transición. Los que conocimos aquellos años sabemos, por el contrario, la debilidad del antifranquismo (salvo, quizá, en Euskadi y Cataluña). El franquismo evolucionaba, más o menos, a lo que luego llegó (se cumplieron las previsiones sucesorias).
Y sin salir del prólogo, firmado en febrero del año pasado, ya adelanta que “Este momento (…) no es un tiempo particularmente divertido”. No, desde luego. Lo que vivimos es una buena demostración de lo que hubiera sido un franquismo sin Franco, porque eso es, más o menos, lo que es (esto se escribió antes de las elecciones de marzo del 2004)..
En la página 18 habla de que en la Transición se celebraron muchas batallas y escaramuzas, que unas se ganaron y otras se perdieron. Vale. Lo que no se da cuenta es que lo que se perdió fue la guerra…
Insiste en varios pasajes en llamar a las cortes salidas de las elecciones del 77 “Constituyentes”, aunque en un momento reconoce “aunque no se llamaron así”. No se llamaron así porque no lo eran. Fue uno de los conejos que Suárez se sacó de la manga.
Es muy crítica con la situación en la que vivía España en los últimos años 60 y los primeros 70. No estoy de acuerdo. Aparte de la falta de libertades (que al 99% de la gente no le importaban ni mucho ni poco) España era próspera en lo económico (que el franquismo no tuviera parte en ello o fuera incluso una rémora al progreso, es otro tema), prosperidad que no volvió a igualarse hasta muy entrados los 80.
España, dice en la página 20 “era un país de funcionarios”. No lo era, aunque puede que lo pareciera, de hecho había poquísimos, algo así como un 25% de los que hay ahora…
En la 38 se afirma que para conseguir un modesto SEAT 600, amén de esperar turno, había que aportar un “certificado de buena conducta”. No creo. Tampoco que el rosario diario fuera obligatorio, como afirma. Una cosa es cargar las tintas con el franquismo y otra decir chorradas. Tiene también cierta obsesión con las pastillas anticonceptivas, que según ellas estaban prohibidas. No sé, cada uno cuenta la feria según le va. Pero si en Soria, en 1972, se vendían sin tasa en cualquier farmacia, no creo yo que en las grandes capitales hubiera muchas dificultades para obtenerlas. En los sesenta, desde luego, ya no era un tercio de la población la que se dedicaba al sector primario (léase a Tamames), del que, por cierto, dice “llamar trabajo a eso es algo un poco exagerado”.
Y en la 24, al hablar de la crueldad de la guerra de Viet-Nam se olvida de las sevicias del Viet-Cong, que aunque mucho más artesanales que las del Tío Sam. Hoy tenemos datos suficientes para afirmar que Ho Chi Min era un verdadero hideputa sin entrañas.
En algún momento del libro dice que ella fue de las últimas promociones que estudiaron francés, antes de la generalización del inglés. De inglés, desde luego, ni papa, como veremos. Pero es que el francés tampoco lo domina precisamente. Al ministro de Educación francés, durante el 68, Alain Peyrefitte le llama “Pyrefitte”, por ejemplo y cree que era de Interior…
Y siguiendo con lo del Mayo francés, insiste en que De Gaulle puso los tanques a las puertas de París. No me consta, no me consta, me extraña mucho. Se insistió, por el contrario, en la visita sorpresiva del general al cuartel general de las tropas francesas en Alemania, para saber si podía contar con su apoyo. Fue este dato el que le animó a volver a París y a retomar las riendas. Pero, que yo sepa, ni un solo tanque abandonó Alemania. No sé de donde se ha sacado que De Gaulle era héroe de guerra. Salvo sus andanzas juveniles en la Primera Guerra Mundial (donde enseguida lo hicieron prisionero), en la segunda apenas participó en una escaramuza en Arrás, el resto de tiempo se lo pasó en Londres hablando por la radio… Claro que en la página 134 dice que los europeos rompieron “críticamente” con la guerra mundial. No sé que quiere decir con eso. Unos sí, otros no, muchos estarán, supongo, orgullosos de lo que hicieron, los resistentes, por ejemplo…
Black is beatiful dice en la página 35. En todo caso será beautiful… Aunque lo mejor es lo de las drugs queens (según ella), que serán, en todo caso drag queens… En la página 70 escribe “fíling”. Bueno… se puede decir, coloquialmente, filin¸ pero de lo contrario hay que escribir la palabra correcta, que es “feeling” (sin acento, claro).
Cuestión menor, pero que “suena raro” es que hable de “ir a la clandestinidad” (se fue a la clandestinidad, pág. 41), en vez de “pasar a”. Claro que de la clandestinidad no parece tampoco tener mucha idea en sí. Véase la página 65 y siguiente, donde explica cómo llevar “una agenda” (¿). Joder, ¡qué chollo para la pasma!
Qué decir de una generación que, según ella, se enteró de que el estalinismo (por cierto que no es correcto lo de “antistalinismo” de la página 46, se come una “e”) era “absolutamente repugnante” a finales de los sesenta. Cuando estaba denunciado públicamente desde 1924 por intelectuales de izquierda como André Bretón…
Hay una contradicción, que no sabemos si atribuir a Pereda o a la izquierda de entonces en general, como es la del estatismo/antiestatismo. Lo que se veía, lo que se palpaba, era bastante antiestatista (sobre todo en los ambientes libertarios), e incluso en los que defendían el estado, nunca se hablaba de un estado democrático, ni mucho menos. Nadie, que yo recuerdo, proponía reforzar el estado ni hablaba del Estado de Bienestar y si se mentaba a la socialdemocracia era para criticarla como colaboracionista del capital. Esta es la realidad. Lo demás es hacer, ahora, de necesidad virtud.
Pág. 51. No hay “statu quo”, sino “status”. A Rudy “el rojo”, el compañero de fatigas de Daniel Cohn-Bendit le llama “Rudy Deutscher”… Claro que a la pobre Betty Friedan la llama “Friedman” (pág 145). Y escribe Commonwealth sin la “h” final (pág 176).
Hay en la página 71 una incoherencia, o algo que, al menos, no entendemos. Dice que el diario “Informaciones” era, relativamente, progresista, lo que es cierto, pero explica que esta fama se basaba, entre otras cosas, en que no dio la noticia la caída de Hitler. Bueno, aquella era una “buena” noticia desde el punto de vista democrático ¿no? ¿Por qué no darla?
Mitifica un poco las costumbres de la clandestinidad, aunque muchas eran (y como se encarga de recordar en la página 72) sanas, como la de leer la prensa entre líneas, hacer una contralectura de lo que dicen los medios, que hoy día va siendo casi tan sospechoso como entonces.
Las siglas en minúsculas, me parece que están mal escritas. Por ejemplo Din A4, porque DIN son las siglas de Deuchste Industrie Normative. Lo mismo pasa con la uvi de la página 125. En la misma página habla de “canteros”, cuando evidentemente se refiere a “cantoneras”.
La llamada coloquialmente “Radio Pirenaica” era Radio España Independiente, aunque ella piensa que son dos distintas. Curiosamente habla de Radio Albania. No digo que nadie la oyera, pero primero estaban, sin duda, Radio París, la BBC e incluso Radio Praga, con su famosa sintonía que reprodujeron en un disco el grupo británico OMD. Pág. 106.
No me atrevo a decir que la famosa frase “La virginidad produce cáncer” no provenga de la película “El Ángel Exterminador”, de Buñuel, pero me extraña mucho.
Lapsus, pero de los gordos, cuando dice (pág 126) que a Franco, durante su agonía, lo operaron con urgencia en el cuerpo de guardia de ¡La Zarzuela! (¡Señor, señor!). En la 220 dice que Juan Carlos tras morir Franco disuelve las cortes, cosa que, sencillamente, no es cierto. Sólo se “autodisolvieron” tras la aprobación de la ley de reforma política, luego sometida a referéndum por Suárez, antes de esto está el interregno de Arias, etc.
El “recocerle” de la página 134 será, supongo, “reconocerle”.
Decir que el socialismo, en España, fue “socializador” (pág 135) es bastante hilarante… ¡No pararon de privatizar lo que el franquismo había socializado! La prueba es que cuando llegó Aznar apenas quedaba nada que privatizar.
¿Cuándo, pregunto, Arias “anunció su retirada”? (Pág. 138, se refiere a antes de la muerte de Franco).
Al pobre general inglés Montgomery, al héroe del Alamein, Monty para los amigos, le nacionaliza norteamericano en la página 158. ¡Con las broncas que tuvo con Eisenhower! La descripción de lo que termina por ser una pura trenka (contracción de Trench Coat) es también inenarrable. Es cierto que Monty llevaba trenka en muchas fotos, pero en la vida he escuchado llamar a esta prenda “montgomery” como hace ella. Por cierto que poco antes explica que los pantalones unisex de los setenta, los de pata de elefante, “se abren por delante, por la bragueta” ¿Por donde si no, idioro?
Algo más puesta que en los entresijos de la “clandestinidad” o de la sociología tardofranquista de barbecho (tipo Amando de Miguel) está en los avatares culturales y, sobre todo, en el mundillo editorial, que es, al cabo, “lo suyo”.
En conjunto, salvo algunos detalles simpáticos y alguna meditación oportuna de a donde nos ha traído la tan celebrada Transición, el libro es pomposo, pagado de sí mismo, y prácticamente carece de interés general. A lo que parece Planeta sigue sin querer contratar correctores de estilo, ni siquiera de ortografía, por lo visto… |
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