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| Con La Mochila A Cuestas
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| por Antonio Ruiz Vega
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Lo que ha querido hacer Labordeta con este libro no es transcribir lo que son sus programas televisivos, es decir, esto no es un guión Tampoco es un libro de viajes ni una guía al uso, donde el peso de la erudición es determinante, sino que, a medio camino de ambas cosas, ha tratado de dar una idea de lo que son sus andares por la vieja piel de toro. Unas cuantas rutas, imaginamos, seleccionadas entre muchas posibles y donde ha primado su Aragón natal.
Labordeta no se demora en detalles tediosos sobre sus peripecias de andarín, sino que se limita a contarnos lo que de interesante ha visto, con especial hincapié en los modos de vida tradicionales que, pese a todo, subsisten, en esta España de nuestros pecados.
Labordeta se demora por el Norte de Aragón, el Moncayo, el Bajo Miño, la zamorana comarca de Aliste, por tierras cántabras, por el delta del Ebro, por la curiosa sierra de Aracena (hasta donde llegó la reconquista leonesa, y él, con su fina intuición, denota aires norteños en el folklore de Huelva), también por Almería y con algunas excursiones insulares, como son Menorca y dos itinerarios canarios.
Hemos detectado una errata hilarante en la página 137, pero seguro que no achacable al autor, sino a la hipercorrección de la editorial, pues han cambiado lo que era un evidente "talabartero" (están hablando de sillas de montar) por un "alabardero".
El autor, sobre todo cuando se demora por sus valles pirenáicos, no puede evitar el ponerse sentimental, cuando recuerda sus recitales semiclandestinos por la zona, durante el franquismo, y la sorpresa que para él y para otros (aragoneses del llano) fue el descubrimiento del folklore del Alto Aragón. Tampoco puede evitar, ni mucho menos, el ponerse reivindicativo, cuando observa los desmanes en forma de pantanos o la facundia especuladora, capaz de malograr un paisaje intacto por el lucro de la hora.
Pero lo mejor de este libro es la modestia del narrador, que todo lo va mirando como de puntillas, sin molestar, tomando nota de un mundo que se va apagando, aunque tampoco deje de levantar acta de los numerosos intentos que, por doquier –y casi siempre como iniciativa de un reducido número de particulares de los cuales va dando cuenta y razón–, intentan recuperar aquí un patrimonio arquitectónico, allí una construcción religiosa, allá un folklore musical, y por todas partes los "usos y costumbres" de unas Españas inmemoriales que, a la vista está, se resisten a morir en aras del papanatismo de los tiempos.
Pero todo esto contado sin alharacas, con un tono profundo y sin alterar el gesto, como suele cantar nuestro hombre.
El andar a pie, aunque –como decimos- tampoco Labordeta haga excesiva mención a sus penalidades de peatón, es una forma de conocer el país desde luego que vieja como la humanidad pero que algunos escritores han cultivado en los últimos tiempos. Recordemos el Cela del viaje a la Alcarria y, mucho más recientemente, al Espinàs que ha recorrido últimamente el País Vasco y que no hace mucho recorrió la Celtiberia. |
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