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Brigada Lincoln
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por Antonio Ruiz Vega
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En esta novela hay dos cosas. No dos cosas distintas, porque a ver quién las separa, pero que podemos considerar separadamente. Está el argumento, que puede ser discutible, sobre todo el final, aunque se proponen dos alternativos (el uno "soñado", pero alternativo al fin y al cabo), y luego el cómo está escrita, que es genialmente.
Javier Guzmán, o sus personajes, tienen a gala inventarse términos. El más emblemático, pergeñado –como tantos otros– por el alcalde Borja, todo un personaje, es el de obriedad, que es el feliz estadio entre la tontería de la sobriedad y el desmadeje de la ebriedad. Como tal, estado brevísimo, de tránsito, pero, en el fondo, lapis filosofalis de todo mosco que se precie, pues es por su búsqueda que se emprende la costosa y peligrosa empresa de la borrachera y sus secuelas. Pues como este hay más, y con frecuencia Javier los mete de rondón en las conversaciones, que a veces hay que rebobinar y volver a leer hasta captar la ironía o la chunga. Este léxico chispeante, zumbón, es quizá lo más válido del libro, porque el lector lo único que hace es pedir más y más, y así se adentra en las vidas y costumbres de este poblachón aragonés donde viven una serie de personajes entrañables.
Así el alcalde, de buena familia pero socialista, Borja, así la condesa Romeral, condesa pero roja, la municipala Pilín, con un cuerpo de infarto pero con unas facciones cubistas. A la cual, a toda costa, quería hacer la cirugía con cargo a los presupuestos municipales el alcalde Borja pero cuando finalmente se la la hizo, en Brasil, el resultado fue penoso. Ni siquiera el tipazo parecía el de antaño, al no hacer contraste con las rudas facciones y es que, como le dijo el propio alcalde, "Pilín, no sabes lo guapa que estabas cuando eras fea". O la archivera-bibliotecaria Raquel. A este pueblo de moscos impenitentes y jaraneros impecunes llega un buen día Cassius, un negrazo protegido de otro de la misma color que se hace llamar Talibán y que tiene dinero a espuertas. Como luego se sabrá Talibán, negro ido a más, es hijo de un tal Pinkerton, un antepasado boxeador que abandonó a su familia para marchar a París donde, aparte de trajinarse a Josephine Baker (lo cual no tenía mucho mérito pues se dice que lo mismo hizo todo el IV Cuerpo de Ejército norteamericano) terminó sus días enrolado en la Brigada Lincoln que es, al fin y al cabo, la que da nombre al librito.
Cassius, vagamente periodista, es enviado por Talibán a España con el doble encargo (a gastos pagados) de que descubra la historia del padre de Talibán y de que escriba un libro (que si le sale medio bien el tal Talibán, que tiene contactos, lo aupará hasta el Púlitzer).
Llega Cassius a Madrid, donde contacta con dos periodistas, uno de El PAÍS y otro corresponsal del Post y se inicia en las virtudes etílicas de la raza, primero en Madrid y luego en Sevilla. Finalmente localiza el punto donde pudo terminar sus días Pinkerton en el frente aragonés, en el pueblo de Almedina. Y allí se encamina, bien recomendado. En Almedina ya han tenido su dosis de historiador anglocrabón (Hughes, y Jackson), y al principio se proponen sólo ser correctos. Pero en cuanto llega el negrata todos se ponen a su servicio y, literalmente, le abruman. Le hacen "uno de los nuestros". Le emborrachan, le nombran jurado de un concurso de música étnica (que ganan unos inmigrantes gambianos, claro), le llevan de caza (y le embroman con un jabalí que ya apesta y que en el culo lleva un papel que dice: "Me mató Cassius"), le pasean en globo, le empapuzan de comida regional y, finalmente, ponen a su servicio a la bibliotecaria Raquel la cual, algo solterona, terminará enamorándose tontamente y pasándose por la piedra al hotentote. Hasta aquí, bien. De paso Raquel le consigue toda la información pertinente y, lo mejor, una historia bellísima de amor entre la condesa Romeral y el antepasado de Talibán, el brigadista internacional de la Lincoln que, herido, estuvo en el pueblo y la salvó del asalto de dos rijosos internacionales que se la querían tirar. Pinkerton, asqueado de la guerra, recibe a los moros de Franco con bandera blanca y es acribillado sin mayores problemas. Los moros son sorprendidos por el requeté mientras violaban en grupo a la condesa y esta consigue de los navarros que se entierre a Pinkerton dignamente. La condesa está embarazada de Pinkerton pero esto no puede decirlo, así que hace creer que es de los moros, pero la fuerzas vivas la obligan a abortar.
Raquel vive una historia de amor breve pero intensa con el norteamericano y cuando este vuelve a los USA, con la promesa de regresar, descubre que está embarazada. Tras alguna duda decide tener al niño (el ejemplo de la condesa le sirve de sostén) y a partir de ahí la cosa se tuerce, porque Cassius no regresa y salvo una postal de compromiso, nada se sabe de él.
Raquel educa al niño lo mejor que puede pero, poco a poco, va enloqueciendo por la ausencia.
Un día, la marquesa Romeral, le avisa que el mismísimo Talibán va a llegar al pueblo, lo que hace después y para anunciar que el libro ha sido escrito, que es un éxito en América y que será traducido en breve. Que cuando tal suceda se presentará en las ruinas de Belchite.
Raquel, ya un poco mochales, imagina un acto fastuoso, con las televisiones de medio mundo, en el transcurso del cual Cassius confesará su amor por ella y le propondrá matrimonio. La realidad es bien distinta. El acto es un fracaso, apenas acude gente, las ruinas, desoladas, de Belchite, son un marco horrible para presentar nada. Pero Cassius sí aparece, en un lujoso Mercedes y con una negraza de impresión con la que acaba de casarse. Saluda a Raquel y le presente a su mujer, como si no hubiera pasado nada, sin una explicación. Es entonces cuando Raquel saca una escopeta cargada con cartuchos para jabalí y desde menos de cinco metros la descarga sobre el pecho y la cabeza de Cassius... |
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