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Antitauromaquia
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por Antonio Ruiz Vega
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Ser el antitaurino oficial del reino (con el permiso, póstumo, de Eugenio Noel) debe ser, en el fondo bastante agradable. Este libro contiene, sobre todo, las colaboraciones periodísticas del autor en EL PAÍS y también algunas entrevistas entreveradas de digresiones a algunos primeros espadas. Hay que decir que la argumentación de Vicent es bastante pobre y traída por los pelos, y es la misma que viene desgranando desde hace muchos años, con escasas variantes. Se repite como la cebolla.
En el prólogo confiesa que en algún momento remoto de la infancia fue un aficionado, pero que Se pierde la afición a los toros como se pierde la ingenuidad. Depende, con libros como el de Vicent, también puede llegar a recuperarse.
Considera que los males de la patria comenzaron cuando Fernando VII cerró la universidad y abrió la escuela de Tauromaquia, pero en la página siguiente (15) admite que en 1567 fue Pío V quien prohibió las corridas "por ser estos espectáculos torpes y cruentos, muy contrarios a la caridad cristiana", lo que, leyendo a contrariis desde el punto de vista de un librepensador laico como Vicent, resulta que algo debían de tener de bueno las corridas, sobre todo porque la "caridad cristiana" lo que producía entonces, mayormente, eran autos de fe. Así que entre churrascar un cristiano o desjarretar un novillo sería preferible, en todo caso, lo segundo.
También admite (pág 19) que la Católica era enemiga de los toros, aunque no se atrevió a prohibirlos (y no digo prohibirlos porque esto no es para mí sola), así que el antitaurinismo se compadece perfectamente con el asolamiento del Reino de Granada (perforando tratados anteriores), la expulsión de los judíos o el puteo sistemático de los amerindios...
Y luego, el argumento príncipe de Vicent es la asimilación entre Ilustración, Europeísmo, Modernidad, Progreso y Antitaurinismo, así que algo tendrá que ver este con la idiocia de los tiempos, a la que nos vamos abocando, y el torismo o taurinismo, con lo contrario, si es que la lógica sirve para algo, que parece que no.
La prohibición de lo taurino habría de caer, como fruta madura, en el momento en el que la renta per cápita llegase a determinados dígitos, que es, por otra parte, lo mismico que decía López Rodó de la democracia .
A la quinta o sexta vez que compara la cruz del toro lanceada por el picador con un estofado, la frase repite como el mismo platillo, y otro tanto con el regodeo en las moscas, la bosta del caballo o del mismo toro o los intestinos dispersos por la arena, etc. etc. Uno termina con ganas de ver otra corrida...
En la página 25, contradiciendo su discurso esencial, reconoce que los partidos y sindicales de izquierda han fomentado la Fiesta tanto o más que la Derechona, a la que comúnmente se asocia. (Icono para los tiempos: Alfonso Guerra acompañado de Pincho, menor de edad, burlando la ley al asistir a una corrida, haciendo chascarrillos con la prensa sobre el tema). Así que...
Poco documentado parece cuando habla de el toro de fuego con dos bolas de sebo en los cuernos: ni de sebo, ni en los cuernos...
Claro que, si para él, Europa es una disciplina moral (Pág 31), entonces, no hemos dicho nada. A lo mejor la cosa estriba, tal y como dice en la página 34, en tomar el te como los ingleses y hasta en hacerse rubio por dentro. Acabáramos: Infusiones de camomila y todos salvados...
Que la precisión no es lo suyo, lo constatamos en la página 38, cuando confunde un sable con un estoque. A saber, el sable es para cortar con el filo, el estoque pincha. De ahí su diseño diametralmente opuesto.
Algo más de razón lleva cuando dice que las tauromaquias de Goya, que muchos anotan en el haber del taurinismo son en realidad una crítica feroz. Esto lo comparto, y hay que tener poca visual para no detectarlo. Es como si creyéramos que las estampas de la guerra son loas a la misma, con esos cadáveres atados a los árboles, meros muñones...
Se escojona finamente en la página 61 de los exegetas místicos de la fiesta, a los que toma el pelo a cuenta del buey Apis, el minotauro con hierro de la ganadería de Creta o en los toros de Guisando, con los que se fabrica cierta especie literaria para impulsar hacia lo alto la España de las moscas. Otro de sus leit-motivs: las moscas.
En la 62 se saca de zacuto que los toros se ceban con piensos compuestos. Primera noticia.
Los silogismos vicentinianos suelen ser siempre de este tenor, ad náuseam:
Si éste fuera un país húmedo, de lluvia mansa y oblicua con ríos navegables no habría alacranes ni burros podridos en los barrancos bajo una rueda de cuervos ni tendríamos que soportar la fiesta de los toros.
Es decir, que La fiesta nacional sólo es una expresión de los valores de una tierra de secano (Pág. 63).
La cima de la infamia se alcanzará cuando se organice una corrida de toros a favor de las víctimas del terrorismo (pág 70).
En la página 78 se interroga sobre quién se comió al toro que mató a Manolete Cosa que, en principio, no parece de mucho fundamento, pero de lo que se pasma. Pero, por otra parte, en la página 95, se muestra conforme con que se consuma el chuletón de toro, de lo que deducimos que no le importa que se pasaporte al animal, siempre que sea por métodos "civilizados". Mathausen en lugar del pelotón de fusilamiento. Si la Gracia está descartada cualquiera que se vista por los pies prefiere el pelotón, sobre todo si, como al toro, se le permite una posibilidad por remota que sea, de defenderse. Por lo demás, hasta el drama de las Vacas Locas, los toros y novillos se han vendido en las carnicerías, no es ninguna novedad. Aunque él, por lo visto, lo ignore, pues vuelve sobre el tema en la página 109. Claro que también piensa que el Toro de San Marcos, que tan bien estudiara Caro Baroja, se lo comían tras la ceremonia en el templo. Y no.
En la 113 aboga porque las corridas, puesto que tienen público, se sigan celebrando pero clandestinamente, como las peleas de perro o de gallos. Resultaría excitante bajar al sótano de un barrio maldito, internarme por un pasillo hediondo y clandestino, lleno de ratas, llegar a un recinto secreto en forma de circo con las gradas ocupadas por un público de aspecto patibulario (etc.). Suena bien.
Dice que así, por lo menos, se dejaría en paz a los antitaurinos. Como si ahora se les obligara a asistir a la plaza a punta de pistola....
En la página 132 se lamenta de que, al menos en el origen, la fiesta era una iniciación sexual, pero que ahora, que la mujer ya no está en su rol, etc, se ha convertido en puro turismo. Conforme, el signo de los tiempos, lo raro sería que no fuera así.
En la 149 vuelve con lo del Minotauro alimentado con piensos Sanders...
En la página 160 se pone a entrevistar a Domingo Ortega, que no sé cómo se deja el hombre. Y en la 179, a Paco Camino, en su finca abulense. No puede evitar reconocer que una dehesa es lo más parecido al paraíso terrenal ¿Y piensa que existirían sin la Fiesta? Hay aquí una buena dosis de ingenuidad. |
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