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portada Algo En Qué Creer
Ficha del Libro:

Título: Algo En Qué Creer    comprar
Autor: José Pellón
Editorial: Littera
I.S.B.N.-10: 8495845121
I.S.B.N.-13: 9788495845122
Nº P´gs: 414


Algo En Qué Creer
por Antonio Ruiz Vega

  Curiosa novela de aires adolescentes en la que contrasta lo “alternativo” de los ambientes y las situaciones (sexo, drogas y Rock & Roll) con el modo de escribir, bastante convencional.

La historia comienza con Marta Suárez, una joven que imaginamos santanderina, adolescente en los sesenta, avanzada de la contracultura y de la oposición al franquismo (lo que, en principio, es un poco contradictorio, hay un detalle que chirría bastante, cuando Marta se trae de la India un extraño perro –que termina siendo una rata– al que llama nada menos que ¡Pesoe!), quien termina formando una extraña pareja con uno de los vástagos de la burguesía montañesa, Juan Peña Aranda Girón.

Insólita porque pese a su afabilidad Juan es católico practicante y viene de un mundo completamente opuesto al de Marta. Por cierto, que Marta nunca se acabará muy bien de dónde viene, es un personaje que, voluntariamente oculta su pasado o se inventa uno completamente disparatado (como una hermana “terrorista” en Londres, etc.). Marta, además aportará a la pareja y a la incipiente familia un hijo que será el continuador de la saga y el protagonista de la segunda parte de la novela.

Los ambientes juveniles, bares, discotecas, están bien descritos y se sabe mantener el interés del lector con algún episodio de sexo explícito.

Esta Marta, a la que se describe como un bellezón, se llevará de calle al pacato y morigerado Juan, pero esta relación no quedará en el sexo puro, sino en un contrato implícito y absolutamente desigual en el cual Juan llevará siempre la peor parte.

Hay otro personaje, Sara, que juega un papel importante en la trama. Cuando conocemos a Marta esta vive en casa de Sara, enfermera, por cierto, de la clínica que regenta el padre de Juan, figura comprometida con el régimen, etc.

Cuando Marta, eterna coqueta, se decide por emparejarse con Juan lo hace con toda premeditación y alevosía, pensando que Juan será, como quedará demostrado, un padre excelente, amén de sólido sostén económico. Hay bastante cinismo en esta actitud de Marta, pero ya hemos dicho que la relación es de sumisión casi completa, y así continuará siéndolo.

El momento en el que Marta decide tomar la palabra a Juan, que le había propuesto vivir juntos, no puede estar peor elegido. Se presenta, vestida con sus mejores galas hippioides, el niño y casi todas sus pertenencias en la lujosa mansión de Juan. Su padre, el viejo fascista, la recibe de pésimos modos y este será el tenor de la relación de ambos mientras dure. Imponiendo su presencia Marta provoca un conflicto que desencadena la fricción entre padre e hijo.

Será, más adelante, este hijo, criado en un ambiente ambiguo que oscila entre las posibilidades de una familia “bien” y la bohemia contracultural de la madre.

El narrador es Nico, el hijo, quien finalmente continuará la saga familiar, la querencia del rock, la droga (dando un paso adelante, desde los porros y algún tripi de la madre hasta los opiáceos y la cocaína), etc.

Mientras hay un episodio londinense, cuando Marta vive una breve temporada en la capital inglesa y conoce a Leonardo, un homosexual que, tiempo después y de una forma bastante sorprendente aparece en la ciudad de Valdemar/Santander en posesión de una más que considerable fortuna.

La muerte del padre de Juan hará que la familia tenga que evacuar el palacete donde han pasado varios años y que pasa a propiedad de otros herederos. De todas maneras, mientras, Juan ha terminado la carrera y es un más que eficiente y próspero médico. Sin problemas económicos, Marta vivirá una vida bohemia alternando con alguna que otra (o incluso bastantes) aventuras sexuales, situación a la que Juan se amoldará con algún ribete masoquista.

Cuando Nico es mayor comienza a interesarse por el rock y terminará fundando un conjunto (Peggy Casserta, por el nombre de la amante de Janis Joplin), pero antes habrá conocido a un misterioso norteamericano conocido como Zen.

No es que tenga mayor importancia, pero hay un lapsus curioso en la página 233, cuando de pronto y sin avisar el narrador deja de ser, como en toda la novela, Nico, y pasa a ser el propio Zen, algo que apenas se advierte y pienso que no es intencionado, un pequeño fallo.

Marta, la madre de Nico, goza de cierto estatus económico por su amistad con el misterioso Leonardo el cual llegó de Londres con un maletín repleto de libras y fundó, en Valdemar una sala de fiestas o discoteca llamada La Sopa Densa (acrónico de LSD), y decide, cuando advierte que la vocación de Nico es sólida (o eso parece) apoyarle subrepticiamente. Contacta para ello con otro personaje, Max, una especie de promotor tronado que accede a representarles y a editarles un disco a cambio de una fuerte subvención que Marta le propina sin que Nico lo sepa.

La aventura de Peggy Casserta no termina bien, porque Zen se va desflecando a base de chutes de heroina (Nico también le sigue en esta bajada a los infiernos, son los años en los que empieza a hacer estragos el SIDA). Los éxitos más o menos sonados se suceden pero pronto queda claro que Zen está desgranando una cuenta atrás que le lleva inopinadamente (o no tan inopinadamente), a la muerte.

Y tras el presumible desenlace Nico queda bastante descolocado. Por el camino ha tenido una aventura amorosa considerablemente tórrida con Dulce, alguien que, a la postre, era la “pareja” del meteórico Zen...

Digamos, de pasada, que Marta, la madre solícita pero nunca agobiante, termina muriendo de un cáncer de Mama, lo que deja a Nico al borde del final.

Y la escena final se adentra ya en lo feérico. Nico, que está recayendo en la droga tras una cura de desintoxicación, se encuentra en la playa a un misterioso surfista que, según se acaba sabiendo, se trata de un deportista australiano que apareció por “Valdemar” hace muchos años: Pat Harris.

El carácter explícitamente autobiográfico queda patente en la página 413, cuando el autor habla en primera persona, con lo que se identifica con el personaje Nico:

Esas son las mismas preguntas (1) que yo me hice al empezar a escribir Algo en qué creer, y las que ahora mismo, un año después de haberlo consumado, también me sigo haciendo. Trescientos sesenta y cinco días con la nariz pegada a la pantalla del puto ordenador, sólo para llegar a la conclusión de que quizá soy otro de esos inadaptados, uno que se consuela pensando que todo es una mierda, que nadie puede cambiar el destino y que las cosas son como son.

Finalmente sabemos que Juan, que tanto ha sufrido con Marta (y a la que tanto ha querido) inicia una relación con Sara, la enfermera Sara, la amiga de Marta, una persona en la que encuentra, finalmente, una madre para sus hijos (tres).

Y el personaje, Nico, queda un poco a la intemperie pero sabemos que ha aprendido muchas cosas. Porque esta, como las grandes novelas de todos los tiempos, es una novela de aprendizaje.

Es la crónica de una iniciación, no siempre placentera, al sexo, a la droga, a la amistad, a la vida...

Está bien construida y, como hemos dicho, mantiene el interés. Peca, quizá, de cierta ingenuidad, no se profundiza demasiado en los personajes. Hay a través de toda ella como un aroma adolescente, pese a la relativa sordidez de algunos pasajes.
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