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| Agua del Limonero
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| por Lale González-Cotta
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A veces los que gustamos de alternar lecturas de evasión con otras más tupidas nos llevamos sorpresas en un sentido y en otro. Ahora, ante el verano, tocaba aliviar un poco las meninges, buscar una novela de esas que se pueden leer sin cuestionarse cosas, casi en piloto automático. Abrí Agua del limonero con la suspicacia condescendiente de quien no pide demasiado y está dispuesto a dejarse seducir por unos méritos elementales. Que nadie se ofenda que no es pedir poco; ya quisieran para sí dichos méritos elementales muchos pesos pesados de nuestra narrativa que aburren a las piedras. En estas virtudes, al fin y al cabo, reside el quid que catapulta al codiciado trono del best-selling.
La primera premisa para garantizar el éxito es contar una historia que consiga abducir al lector durante unas horas. Mamen Sánchez lo consigue con un argumento evocador que elude la prosaica realidad y nos embarca en el Nueva York de los 50, con breve escala en Acapulco. La protagonista de la novela, la periodista Clara Cobián, acepta la propuesta de su viejo profesor y ex amante, Gabriel Hinestrosa, de elaborar la biografía definitiva de la célebre aristócrata Greta Bouvier, para lo cual deberá trasladarse a Manhattan. La periodista nos sumerge en una historia de glamour e intriga digna del mejor papel couché –no en vano es la autora directora de ¡Hola! México. Gradualmente, con eficaz dosificación del suspense, vamos desmadejando el enigma de una mujer que irrumpe de repente en las playas del Acapulco en 1951. La suerte, revestida de la atractiva fisonomía de Thomas Bouvier, estará de su parte. Este hombre, mucho mayor que ella, se convertirá en su pasaporte al exquisito Manhattan moderno en el que la fugitiva se reencontrará con Clara Cobían años más tarde. La biografía se va componiendo con las teselas que aportan los recuerdos –y las mentiras– de sus protagonistas, hasta conformar un interesante mosaico de venganza, ambición y escarpados amores.
Hasta ahí la novela cumple correctamente con las expectativas que genera su atractiva portada. Lo que resulta inesperado a quienes no la conocíamos es la destreza como narradora que exhibe Mamen Sánchez, cuya forma de contar -felizmente contaminada de lo mejor de la narrativa latinoamericana, en especial de Isabel Allende- termina superando a la propia historia que nos cuenta. Es decir, se produce un efecto, no sabemos si indeseado para la escritora, por el cual se desactiva el piloto automático y uno empieza a prestar más atención al envoltorio que al contenido. El capítulo trece, por ejemplo, constituye un botón de muestra de eficacia narrativa, tiene entidad propia y casi funcionaría como relato independiente.
En líneas generales, Agua del limonero es una historia amena y muy bien contada, deseable conjunción ésta pocas veces posible. Habrá que estar ojo avizor ante lo venidero de esta autora.
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