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portada 1965
Ficha del Libro:

Título: 1965    comprar
Autor: Boris Izaguirre
Editorial: Espasa Calpe
I.S.B.N.-10: 8467002654
I.S.B.N.-13: 9788467002652
Nº P´gs: 232


1965
por Antonio Ruiz Vega

Al grito de die young, stay pretty (que por cierto es una canción de BLONDIE que no se cita aquí, pero que bien pudiera haberse citado, porque las referencias musicales son abundantes, Deborah Harris NO le hubiera agradecido que se lo recordara porque, por cierto, ha envejecido fatal, sic transit gloria blondie), una generación decide no cumplir los treinta y siete, cifra fatídica a saber porqué.

Ante el título (1965 es su fecha de nacimiento) y el autor la primera impresión es que estamos ante una autobiografía más o menos simpática del famosete de turno, algo con lo que atizar el discreto morbo que le rodea a raíz de sus apariciones televisivas, etc. Incluso da para sospechar la labor de un negro, especializado en digest biográficos, etc.

Bueno, afortunadamente no hay nada de eso. Comprobamos en la solapa que no es el primer libro de Boris, sino el quinto, tras dos novelas y dos libros de ensayo.

Boris es un escritor, primera sorpresa y, dado lo que corre por ahí, no de los peores.

Es, sí, una novela light, no alta literatura, y está además bastante hinchada, pues las doscientas veintinueve páginas disimulan un texto no muy largo, con un tipo y una interlinea bastante generosos, pero eso, por sí, no es ni bueno ni malo, sino todo lo contrario...

Boris ha escogido tres vidas paralelas unidas por el guarismo generacional de 1965 que no en vano es también el suyo. Estamos ante una generación que granó en los ochenta, con todo lo bueno y lo malo que eso tiene o tuvo y que, en estos primeros años del XXI ve dibujarse el horizonte de la primera decadencia física. Una decadencia que es, por lo menos, relativa, para el varón heterosexual y con una vida plena (aunque es cierto que Cronos te va dando avisillos) pero que, por lo visto, debe ser bastante aterradora para el homosexual, para la mujer y para quienes, en fin, han hecho bandera de la envoltura corporal.

En la senda de James Dean (que, por lo visto, murió realmente y no sobrevivió -como mantenía Jaume Perich- a su brutal accidente, quedando horriblemente desfigurado y continuando su carrera cinematográfica en España bajo el nombre de Pepe Isbert...), estos tres... jóvenes, deciden no cumplir de ningún modo los treinta y siete, y lo consiguen, cada uno a su modo.

Por diversas razones la vida se les ha vuelto invivible. Uno de ellos, el argentino Daniel, ha visto cómo su mundo porteño se derrumbaba controladamente llevándole a la decrepitud económica y terminando sus días viviendo como un perpetuo viajero en tránsito en el flamante y futurista superaeropuerto de Ezeiza. Otro, el chicano Andrés, exitoso busto parlante de la tele hispana de Miami, está más que colgado de la coca y decide matarse en un viaje sin fin ni sentido por las largas highways de Nuevo México, en una limousine de cristales oscuros que atraviesa, rauda y a salvo de las leyes federales, un estado tras otro. Rodrigo, arquitecto madrileño, que es el que más probabilidades de diñarla realmente tiene, es portador del SIDA y lo que va a hacer es abstenerse de tomar toda medicación (entonces a lo mejor se cura, claro).

Las razones que tiene Daniel para quitarse de en medio son bastante rotundas. Está la licuefacción de su propio sex-appeal, que de pronto se le echa encima al contemplarse de rondón en un espejo del aeropuerto, donde se encuentra devoradísimo, está la contemplación de un entorno urbano que se va apagando por etapas, dentro -eso sí- de un esplendor arquitectónico hiperbólico (un Buenos Aires que define varias veces como más europeo que Europa, más griego que Grecia, más parisino que París, más vienés que Viena, etc.).

Y Rodrigo tiene otros problemas. Ser una sombra de su padre, arquitecto de genio al que no logra sino imitar (y es que le violentaron su vocación), ser también el consorte semianónimo de una dama mediática que embauca al respetable con el cuento de las regresiones (todo dios acaba siendo el Cid Campeador), y para finalizar un nostálgico incurable de los ritos de paso de la juventud que, en su caso, coincidieron con la gaseosa movida madrileña. Aquellos polvos trajeron los lodos de la inmunodeficiencia y hete aquí otro que decide cortar por lo insano.

Estamos ante una clásica novela generacional, en la cual se plantea la eterna cuestión humana, el sentido de la vida. Los escenarios son, por cierto, bien distintos, aunque hay un común nexo latino. Y, claro, en plena aldea global, las señas de identidad de la tribu que son comunes a los tres. Una generación que nació, precisa Boris, cuando ya habían muerto John Kennedy y La Monroe (si no viven, junto a Robert, clandestinamente en un apartamento de Alcoy, como se mantiene en este libro), y apenas tenía cuatro años cuando el hombre pisó la luna. Una generación, habría que añadir, que pasó la niñez durante los precarios y grisáceos setenta y que eclosionó en los ochenta, aquí ya plenamente añorados.

Esta cuestión, la de las décadas, la de las modas, la de los mitos urbanos y la fashion, que tanto preocupan a Boris y a los protagonistas de este libro, pero que resulta tan relativa. A la Lessing todo esto le encocoraba y todavía más la idealización de los sixties. El orientalismo, el jazz y el rock, los jeans, los experimentos con enteógenos, fueron -mantiene- característicos de los cincuenta, lo de los sesenta fue sólo la paleta vulgarización de lo que habían descubierto los pioneros...

Es el paso del tiempo, en todo caso, lo que repristina las cosas y les da un barniz -y un glamour, que diría Boris- a todo, décadas incluidas. Para muestra un botón. La famosa movida madrileña que sus protagonistas relativizan hasta la ironía (la increíble capacidad de creerse cosas juntos, que decía Borja Casany), ha sido convertida en tótem cultural por las generaciones que desconocieron aquella inane nada entre dos platos (de cartón).

Pero, en serio, no es una mala novela, está bien escrita, se lee de corrido, capta el interés y dice cosas. Para mí es suficiente.
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