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Vaqueiros De Alzada: Los Últimos Hombres Libres
por Francisco Contreras Gil

“Vaqueiros de Alzada llaman aquí a los moradores de ciertos pueblos fundados sobre las montañas bajas y marítimas de este Principado, en los consejos que están a su ocaso, cerca del confín de Galicia. Llámanse Vaqueiros porque viven comúnmente de la cría de ganado vacuno; y de Alzada, porque su asiento no es fijo, sinó que alzan su morada y residencia, y emigran anualmente con sus familias y ganados a las montañas altas”. CARTA NONA [Jovellanos, s. XVIII].
portada VAQUEIROS DE ALZADA: LOS ÚLTIMOS HOMBRES LIBRES
Sin lugar a dudas, fue una forma de pensar y vivir que solamente pudo darse en unas circunstancias y en un medio determinado, como ya afirmó el historiador Ángel Ardura. Los concejos de Cudillero, Luarca, Valdés, Allande, Salas y Tineo, fueron -con las correspondientes pedanías- cobijo de un pueblo etiquetado como maldito: los Vaqueiros de Alzada. Sus costumbres, tradiciones y arcaicas creencias han sido motivo de todo tipo de estudios desde el siglo XVIII.

Ilustrados, antropólogos y cronistas quedaron atrapados por la magia de estas nobles y cordiales gentes oriundas de las montañas asturianas. Un territorio inhóspito por el cual, hasta finales del siglo XIX, no era posible el paso de carros de ruedas. Todos los ilustres viajeros románticos que cruzaron estos lares describían los problemas y dificultades con los que se toparon. Mostraron las duras condiciones naturales que se hallaron. Escarpadas subidas, espesos bosques y todo tipo de fieras y bestias, como los osos, jabalíes y lobos, que se hallaban en los montes bajos, convertían estas tierras en un destino peligroso por el que transitar.

El mismo Melchor de Jovellanos detallaba en sus crónicas a Valgrande, en el denominado balcón de Asturias, “qué mas que valle parece una sima. Nadie pasa por primera vez este camino sin la mayor angustia. Las altas crestas de la montaña se levantan a derecha, el enorme despeñadero poblado de fuertes hayas y antiquísimos robles se precipita por la izquierda y el río, que corriendo por lo más hondo, ora aparece negro y rapidísimo, ora se esconde en la espesura, sorprende sin arbitro y llenan de horror y susto a cuantos no estamos familiarizados”.

Asturias es y continua siendo, una tierra que despertaba todo tipo de emociones y sensaciones. Su fama llegó a ser internacional gracias a los relatos del peculiar George Borrow.

“En aquella parte de Asturias -rubricó Borrow- alcanzan las montañas considerable altura. Son casi todas de oscuro granito, cubierto aquí y allá por una ligera capa de tierra. Se acercan mucho al mar, hacia el cual declinan en vertientes muy quebradas, donde se abren profundas y escarpadas gargantas. Por cada uno corre un arroyo, tributo de las montañas al piélago saldado. El camino va por esos derrumbaderos. A siete de ellos los llaman en el país las siete bellotas. El más terrible es del centro, del cual desciende un torrente impetuoso”.


UN PUEBLO REPUDIADO

La sociedad astur, desde el siglo XV y hasta finales del XIX, mantuvo una rígida estructura social. Nobles, hidalgos, pecheros y extranjeros intentaban convivir manteniendo de forma disciplinada las diferencias entre los clanes sociales. Es dentro del subgrupo de los pecheros, conformado por Xaldos, Marinuetos y Vaqueiros, donde se encontraba una etnia que por su forma de vida y costumbres llegó a ser marginada y repudiada social y religiosamente.

Hay constancia documental ya desde el siglo XVIII. En un viejo manuscrito rubricado por el Padre Acosta y titulado DE PROCURANDA INDORUM SALUTE aparece la primera referencias sobre estos hombres de espíritu libre.

“Viven faltos de doctrina, en continua peregrinación por las montañas donde veranean con sus ganados, a las marinas, donde habitan en invierno, cuidando más de dar el pasto terreno a sus ganados que recibir el espiritual de sus almas sin oír sermón ni doctrina de párrocos”.

Eran gentes que vivían prácticamente en lugares inaccesibles. Aislados de los grandes núcleos de las poblaciones durante muchos meses del año debido a la trashumancia ganadera que practicaban. Su particular forma de vida les fue marginando, alejando de lo social y políticamente correcto. El espíritu nómada -que convertía sus vidas en un peregrinar por todo el principado- hizo que naciesen tradiciones, ritos y credos muy particulares.

Muchos de estos habitantes de las alturas padecían enfermedades derivadas de los trastornos alimenticios.

“Tenían una muy repetitiva dieta, con importantes carencias vitamínicas y proteínicas, causa, por tanto, de multitud de enfermedades carenciales como el mal de la rosa o pelagra, la tisis, el bocio o papu, la escrófula, que con dramática frecuencia se unían implacablemente a las específicas de la escasa higiene de la época”, escribió Juan Luís Rodríguez.

Sus orígenes no dejen de ser parte importante dentro de las leyendas asturianas. Se tiene constancia de su existencia desde finales del siglo IX y principios del X. Existen decenas de teorías, muchas de ellas fantásticas e insostenibles históricamente, pero no se sabe a ciencia cierta cual era su origen. Para la mayoría de los historiadores que han profundizado en el tema las teorías más sólidas nos remiten a hipótesis autóctonas: tanto Jovellanos como Villa Pastur apuntaban en sus crónicas y manuscritos que los vaqueiros eran asturianos, que dedicados desde tiempos inmemoriales a las tareas ganaderas fueron alimentando hábitos y usanzas que los diferenciaba -por su carácter trashumante- del resto de la población, contribuyendo a fortalecer una etnia social diferente al resto de los pueblos sedentarios. De la misma opinión resulta Caro Baroja, quién además añade que vaqueiros, maragatos y pasiegos son el mismo grupo social humano que se fueron diversificando en función de las tierras donde se asentaban. Pero, ¿cuál fue el motivo y cuándo surgió la animadversión y el estigma de marginados?

Nobles y campesinos no veían con buenos ojos la forma de vida de este clan nómada ganadero. El hecho de no tener residencia fija hacia que escaparan al pago de tributos e impuestos, que eludieran su reclutamiento para quintas y milicias, casi todos ellos no estaban empadronados, viviendo de este modo al margen de la ley, lo que conllevó una situación de tensa calma que finalmente estalló con una represión sin precedentes. Las autoridades políticas intentaron tomar medidas al respecto dictaminando que vistieran de otras formas para ser diferenciados del resto de la sociedad, se les impedía mezclarse con el pueblo durante las ferias y fiestas, incluso bebían y comida en recipientes distintos -como cuernas de toro- del resto de los aldeanos. Los responsables religiosos impusieron normas que terminaron de marcar el repudio a los Vaqueiros de Alzada. En diferentes parroquias aún hoy podemos observar la marginación en los cementerios. Incluso en los templos se les asignaba diferentes puntos. En el concejo de Cudillero, concretamente en la parroquia de San Martín de Luiña, aún quedan rastros de su maldición en una baldosa de cemento, aunque muchas de ellas fueron realizadas en vigas de madera, las normas de conducta que debían mantener: “No pasen de aquí a oír misa los vaqueiros”.


SUPERSTICIÓN Y FE EN LAS MONTAÑAS

Estos nómadas por excelencia, hombres y mujeres que subían durante el verano a las brañas ubicadas en las cimas más altas en busca del mejor pasto para sus reses y en invierno, en los pastos más cercanos a las costas, fueron creando un mágico y fantástico mundo paralelo en el que buscaban respuestas en lo sobrenatural ante la falta de explicaciones. Sus creencias y supersticiones aún parecen cobrar vida cuando el viajero recorre los bellos valles y agrestes montes y cimas donde surgió otra realidad.

La Iglesia Católica intentó acabar con aquel culto al espíritu de la naturaleza. Quizás los últimos cultos a la diosa madre-naturaleza. El paganismo se conjugaba con el cristianismo en un batiburrillo en pos del beneficio medico y espiritual. Don José de la Grana García, coadjunto de la parroquia de Malleza, en Salas, dejó escrito como ante las tormentas recurrían a inciertos rituales.

“Durante las tempestades de truenos y relámpagos, -relató Grana en su obra MEMORIAS DE UN CURA en 1939- echan al vuelo las campanas de la Capilla de Santa Bárbara, y no se recuerda que las chispas eléctricas hayan hecho el menor daño en aquellas elevadas brañas”, afirma el reverendo ante las inusuales situaciones que pudo vivir en aquellos montes de magia y misterio.

Un micro cosmos regido de forma silenciosa y sombría por todo tipo de seres sobrenaturales y las bruxas. Mujeres mezquinas que con sus conjuros y ritos guiados por lo maligno eran capaces de hacer todo tipo de ungüentos y pócimas con las que practicar el bien o el mal a las gentes y bestias. Los paisanos se defendían de éstas diabólicas artes portando en el cinturón una bolsa que estaba llena -por norma general- de plantas aromáticas y con propiedades curativas como el romero o el tomillo. Acudían a las hacedoras de prodigios en busca de desesperado remedio ante cualquier enfermedad. Buen ejemplo de ello dejó descrito Don José de La Grana para erradicar el mal de lombrices.

“Cortote las cocas, cortote todas, cortote las malas, cortote las buenas. Cortote las del renaz, dexame las del arcabaz. Cortote las cocas, ya las txargas ya las cortas. Solo te dexo las del cordal, para tu corazón alimentar”.

Mantenían inquietantes rituales que unificaban con la doctrina cristiana durante el fallecimiento de cualquiera de sus miembros.

“El día del entierro -describe el sacerdote Don José de la Grana- sacan el ataúd por una antojana de la casa, colocan sobre el mismo un jarro de agua bendita y un ramo de laurel, luego un hombre distribuye las limosnas de pan o dinero a los concurrentes y otro coge el ramo, asperga y reza un padre nuestro a la llegada de una o más personas, mientras esté reunida la comitiva cueste lo que cuetes, no sale un difunto de la casa mortuoria sin la religiosa asociación de un sacerdote hasta el templo”.

Al igual que en otras muchas partes del Principado y otras culturas en el resto de España daban gran importancia a los sellos mágicos. Los pentalfas y pentagramas son una estrella de cinco puntas por cinco triángulos cuya base era cada uno de los lados del pentágono formado en su centro, llamados por los vaqueiros como “Pie de Bruja”. Para aquellos hombres, observarla con uno de los vértices hacia arriba era señal de magia positiva y si tenían dos puntas en la misma dirección indicaba que estaba bajo la magia negra o en algún lugar embrujado.


"Recorrer los sinuosos senderos y caminos por donde aquellas gentes peregrinaban desde tiempos inmemoriales, en busca del mejor pasto para sus reses, es realizar un viaje por caminos ancestrales donde an permanecen vivas las leyendas, historias y mitos trasmitidos de generación en generación."
portada VAQUEIROS DE ALZADA: LOS ÚLTIMOS HOMBRES LIBRES



ARQUITECTURA MÁGICA Y SAGRADA

Los amuletos y talismanes estaban muy presentes en su vida cotidiana. Tenían la convicción de que los talismanes -pintados o labrados- con forma de luna o media luna, corazones, estrellas... evitaba del “mal gueyu” (mal de ojo). Incluso las campanas y cencerros que portaba el ganado llevaban conjuros escritos en el metal bajo la fe en que su tintineo no solamente servía para buscar al ganado descarriado sino que, también, alejaba a los duendes y malos espíritus.

En los collares de las reses se podían observar rosáceas talladas contra las tempestades, como protección contra los embrujamientos y mordeduras de animales venenosos. En los grupos de ovejas, la de color negro, gozaba de una protección especial debido a las supuestas capacidades sobrenaturales que tenia para ahuyentar los rayos de las tormentas. Una costumbre muy extendida curiosamente en otros pueblos montañosos como los navarros, aragoneses y catalanes.

En sus asentamientos, en el proceso de sedentarismo que vivieron, la superstición y fe quedó inmortalizada esculpiendo o pintando cruces sobre los portones de las casas, así como en las vigas de madera de los hórreos, puertas de las paneras, en las cerraduras de metal de los portones, paredes de alguna braña así como en las cunas de los niños, no en vano el gran número de mortalidad infantil era achacado a seres diabólicos de origen sobrenatural, etc.

“Grababan con dientes de lobo todo tipo de signos mágicos que les servía de protección contra los malos espíritus y aojamientos”, explicó el investigador Alberto Peña.

Tradiciones paganas que fueron transformándose con la implantación del cristianismo pero que nunca desaparecieron. Una muestra de ello la podemos encontrar en una loseta de piedra con una cruz esculpida y el siguiente texto -rodeado por caracteres cripto-mágicos y una estrella de cinco puntas y ramas de texu (árbol sagrado)- en la Iglesia de San Martín de Salas.

“Con este signo es protegido el hombre piadoso, con este signo es vencido el enemigo”.

El pueblo vaqueiro, que permanecía aislado de la sociedad y falto de doctrina religiosa durante tanto tiempo, no aceptó nunca con buenos ojos cambiar sus tradiciones y simplemente las transformó y adaptó convirtiéndolas en políticamente correctas. A lo largo y ancho de la comarca vaqueira, así como en el resto de Asturias, podemos encontrar pentalfas, espirales, hexalpas, geometría sagrada, fetiche mágico de un culto que parece hoy olvidado.


VAQUEIROS DEL SIGLO XXI

Hoy prácticamente no queda ningún Vaqueiro de Alzada. El vertiginoso desarrollo industrial hizo que fueran asentándose en las brañas de las altas cumbres, como la de La Peral, San Pedro del Puerto, Brañas d´ Arriba, Brañas d´ Abaxu, Pertsunes, y cambió las formas de vida a los hombres y mujeres del campo asturiano.

Recorrer los sinuosos senderos y caminos por donde aquellas gentes peregrinaban desde tiempos inmemoriales, en busca del mejor pasto para sus reses, es realizar un viaje por caminos ancestrales donde aún permanecen vivas las leyendas, historias y mitos trasmitidos de generación en generación. Descubrir el ingenio y la capacidad del ser humano para poder sobrevivir únicamente con los productos derivados del ganado y la naturaleza en un mundo que parecía estar orquestado en su contra. Antaño miserables y repudiados, su forma de vida se ha convertido hoy en la máxima expresión cultural de Asturias. Quizás la mejor prueba para que autoridades políticas y culturales preserven las raíces e historia de un pueblo. Como reza un viejo dicho bretón:

“El pasado debe ser una fuente de inspiración y no de imitación, de renovación y no de repetición”.


"El pueblo vaqueiro, que permanecía aislado de la sociedad y falto de doctrina religiosa durante tanto tiempo, no aceptó nunca con buenos ojos cambiar sus tradiciones y simplemente las transformó y adaptó convirtiéndolas en políticamente correctas."
portada VAQUEIROS DE ALZADA: LOS ÚLTIMOS HOMBRES LIBRES
(c) Fotografías: Francisco Contreras Gil
Biblioteca Del Viajero

- MEMORIAS DE UN CURA, de José De La Grana.

- EL GRAN LIBRO DE LA MITOLOGÍA ASTURIANA, de Alberto Álvarez Peña.

- CARTA NONA, de Gaspar Melchor De Jovellanos.
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