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Palomares: Operación Flecha Rota
por Francisco Contreras Gil

Treinta y cuatro buques de guerra de la Sexta Flota norteamericana con dos mil doscientos marines, cinco minisubmarinos y científicos especializados en guerra atómica llegaron a las costas españolas tras el accidente aéreo de Palomares. Había comenzado la “Operación Flecha Rota” y, ahora, cuatro décadas más tarde, les mostramos las imagenes -desclasificadas como “materia reservada”- de lo que ocurrió y no se contó...
portada Palomares: Operación Flecha Rota
El cielo se tiñó de rojo aquel 17 de enero de 1966. Este día ya no se podrá borrar de la mente de los habitantes de la localidad almeriense de Palomares. Cerca de las diez y media de la mañana, un gran resplandor cubrió por unos instantes los cielos. Momentos después la oscuridad lo invadió todo. Cientos de cenizas tiznaron la población andaluza. Hombres, mujeres, ancianos y niños abandonaron sus quehaceres en casas, establecimientos, trabajos y escuelas para salir a la calle. Nadie sabía qué estaba pasando. Tan sólo algunos vecinos habían podido observar –segundos antes de la explosión– cómo dos aviones iniciaban los movimientos aeronáuticos para un reportaje en vuelo. Los aparatos eran un bombardero B-52, armado con cuatro bombas nucleares de hidrógeno –con una capacidad de destrucción setenta y cuatro veces superior a las lanzadas en Hiroshima y Nagasaki– y un avión cisterna, con sus tanques repletos de queroseno. El procedimiento de aproximación falló y se produjo el fatal desenlace.

Horas más tarde, los números de la Guardia Civil retomaron posiciones, sitiaron las barriadas y acordonaron la urbe. Como si de un estado de sitio se tratara, ordenaron a todos los vecinos que no salieran a las calles; que cerraran puertas y ventanas y permanecieran en sus hogares. En Palomares empezaron a comprender que había ocurrido algo fuera de lo normal cuando a primeras horas de la tarde llegaba un destacamento de soldados pertenciente a la 16ª Fuerza Aérea de los EE. UU., instalada en Torrejón de Ardoz con efectivos de los campamentos de Morón y Rota. La misión tenía el fin de localizar el armamento y descontaminar toda la zona afectada.


HISTORIA DE UNA CONSPIRACIóN

La sociedad española comenzó a recibir de forma sesgada y con cuentagotas las noticias del suceso. Aquellos boletines televisivos que mostraban esa España en blanco y negro divulgaban los pocos datos que se tramitían desde el Ministerio de la Información a instancias del Gobierno. La realidad era conocida únicamente por quienes podían escuchar los partes que emitía Radio España Independiente. Y es que las bombas habían liberado porciones de su carga mortal.

La primera apareció intacta -gracias al paracáídas instalado como medida de seguridad-; otra dejó escapar el radiactivo material y la tercera detonó el TNT provocando un cráter de más de seis metros de diámetro y dos metros de profundidad contaminando la tierra -según las primeras mediciones- de radiaciones alfa que se efectuaron con los contadores PAC-1S.

Entre las sustancias radiactivas que liberaron dos de las bombas se halló plutonio (Pu-239 y Pu-240), amercio (Am-241), y uranio (U-235 y U-234) entre otras. Nadie imaginaba el peligro al que estaban expuestos.

Cuatro días después del incidente, el general Arturo Montel fue designado por los responsables institucionales para supervisar los trabajos de emergencia. Los miembros de la Junta de Energía Nuclear instalaron un centro médico temporal –en el cine de la localidad– por donde pasaron su examen facultativo más de 1950 personas.

La denominada “Operación Flecha Rota” –Broken Arrow– contó con cuatro estaciones de muestreo aéreo que vigilaron las tasas radiactivas. Pero si alarmantes eran los elevados índices de contaminación, el tenso momento político internacional provocó que la “bomba perdida” se convertiera en prioridad y obsesión, como así han dejado constancia biógrafos, historiadores, periodistas e investigadores. Las órdenes del presidnete Lyndon B. Johnson desde su despacho de la Casa Blanca fueron contundentes: “Hagan todo lo posible por encontrarla”.

En Palomares se revivió el famoso desembarco de Normandía cuando la costa apareció iluminada por cientos de focos de buques de guerra. La Sexta Flota norteamericana habái tomado posiciones frente a las playas almerienses. Durante 75 días se reastreó el fondo marino con la más alta tecnología: sónares avanzados, sistemas DECCA de posicionamiento electrónico, cinco submarinos, recuperadores de torpedos CURV II, buzos, etc.

Mientras se prolongaron las búquedas subacuáticas la expectación y curiosidad de las gentes aumentó sin cesar. Decenas de personas acudían para contemplar lo ocurrido. La “romería nuclear” –como fue etiquetada por Rafael Lorente en su obra Las bombas de Palomares– se prolongó durante meses en los que las instituciones políticas intentaban tranquilizar a la población con actos como el “baño público” que se organizó por el entonces embajador estadounidense, Angie B. Duke –anteriormente jefe de protocolo de los mandatarios Kennedy y Johnson– junto al máximo responsable del Ministerio de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne.

Todavía no existe una explicación oficial a lo que ocurrió, y las respuestas no convencieron a casi nadie.
Con el paso de los meses la tensión social aumentó. La rebeldía que mostraron los afectados llegó a ser secundada poor ilustres nombres de la épcoa como la Duquesa de Medina Sidonia –encarcelada durante ocho meses por encabezar las manifestaciones durante el primer aniversario del incidente–, que fue apodada desde entonces como “la duquesa roja”.

Los peritos sindicales verticales franquistas evaluaron los daños y dictaminaron las indeminizaciones –por debajo de lo solicitado por los afectados–, que se llevaron a cabo dada la paralización de las actividades económicas y perdidas materiales.


"La realidad era conocida únicamente por quienes podían escuchar los partes que emitía Radio España Independiente. Y es que, las bombas habían liberado porciones de su carga mortal."
portada Palomares: Operación Flecha Rota



PALOMARES: UN LABORATORIO NATURAL

España se convirtió en un enclave único para la ciencia y en un campo abonado para conspiraciones de todo tipo y color. Un laboratorio natural en el que poder evaluar cómo afectaba la radioactividad en el ecosistema y en el ser humano, tal y como se dejó constancia en el informe que posteriormente realizó la Us Air Force:

“Palomares –rubrica el expediente– es uno de los pocos lugares del mundo que ofrece un laboratorio ambiental, probablemnte el único que permite observar un área agrícola”.

Fue el comienzo del Proyecto Indalo, un programa consistente en revisiones temporales de ciudadanos, campos y aguas. Hoy, cuarente años después, podemos revivir en imágenes lo que en su día no se contó a la sociedad. Para muchos, la pregunta sigue siendo la misma: ¿Realmente sabemos todo lo que courrió en Palomares? Evidentemente, visto lo visto, son muchos los misterios y secretos que aún planean sobre el lugar donde cayeron la bombas atómicas que, afortunadamente, no llegaron a explotar...


(c) Fotografías: Archivo F. Contreras - Centro Andaluz de la Fotografía
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