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Maestrazgo De Castellón: Un Paraíso Maldito
por Francisco Contreras Gil

Su belleza y atracción reside en su aislamiento. Sus tierras parecen como si estuvieran aisladas en el tiempo. El Maestrazgo castellonense es una comarca virgen. Bellos pueblos arraigados en sus costumbres y tradiciones. Y en sus entrañas un lugar enigmático, insólito y terrorífico muy concreto: el Santuario de la Balma...

Hasta esta ermita horadada en la roca, a unos diez kilómetros de Morella, llegaban miles de personas en busca de desesperado auxilio. Todas con un único propósito: expulsar al Diablo de su cuerpo. Ignoradas por la opinión pública durante décadas, estas reuniones masivas fueron epicentro de fenómenos extraños, levitaciones, espiritismo, histeria colectiva y, según algunos especialistas, verdaderas posesiones. Viaje, junto al periodista y buen amigo Iker Jiménez, hasta el lugar para saber qué ocurrió de verdad en Balma, y por qué decidieron acallar a tiros la sobrecogedora procesión de los endemoniados...
portada Maestrazgo De Castellón: Un Paraíso Maldito
BALMA, ANOCHECER DEL 8 DE SEPTIEMBRE DE 1929

La endemoniada responde al nombre de Rosario Usó Petit. Viene de las Alquerías del Niño Perdido, un pueblo más próximo a la costa. La multitud la rodea en esa gruta oscura que perfora la montaña. Demasiada gente, demasiado poco oxigeno en el interior. Se oyen carcajadas histéricas, se ven rostros surcados por la vejez y el miedo, enlutados en negras galas. De fondo unas velas iluminan parcialmente la piedra desnuda. Calor asfixiante, pero nadie se mueve. Llevan horas apiñados, como una masa amorfa que jadea y se lamenta en coro tenebroso.

Las caspolinas, tres brujas hechiceras venidas desde el pueblo aragonés de Caspe, tez cetrina y manos huesudas, han hecho su particular diagnóstico observando cómo Rosario se revuelve, blasfema y escupe contra las imágenes sagradas, volviendo los ojos en blanco y empujando desde su garganta una carcajada ronca, digna de un hombre adulto. Está poseída por Satanás. Ése es el veredicto.

Tras la sentencia debe dar comienzo el exorcismo y la gente, asustada y ávida, quejumbrosa y violenta, se aparta dejando paso al trío de mujeres. Se oyen gritos cada vez más cercanos que recorren grietas y pasadizos. Hay mucha gente que se apiña y aprieta, más de ocho mil personas.

Los brazos de las viejas, tan firmes como ajados, sujetan con firmeza piernas y hombros de la endemoniada. Se escucha un cantar ancestral y una plegaria al buen Dios. Es uno de los casos que los especialistas clasificarán años después como rigurosamente auténtico. Comienza el ritual. Rosario tiene 12 años...


LOS EXORCISMOS CLANDESTINOS DE LA ESPAñA NEGRA

La escena, por increíble que parezca, ocurrió. Y no fue la única. Tan solo una más en la lista de cientos, miles de "posesiones" que se trataban al margen de la ley en la cueva de la Balma.

Hubo personas que levitaron a varios palmos del suelo, mujeres que profetizaron con insólito acierto, y niños de tres años que hablaban con voz monstruosa, digna de Satán. Eso recogieron las asustadas autoridades locales en su primer informe, cuando el fenómeno de la procesión de los endemoniados empezó a preocupar seriamente por su crecimiento en progresión geométrica.

Despuntaban los años treinta y la romería hacia el delirio y lo paranormal que, por resortes aún desconocidos, se había instalado en aquellos montes aislados y de difícil acceso entre las provincias de Castellón y Teruel.

Nadie sabe a ciencia cierta cuándo las ásperas serranías del corazón del Maestrazgo, tierra hostil durante siglos, acogieron por vez primera estos exorcismos masivos que fueron únicos en su especie y que, por espacio de más de una década, se desarrollaron con total impunidad, envueltos en el halo mágico de la clandestinidad. Interrumpidos con la fuerza siempre convincente de las armas, con la incontestable dialéctica de las balas, los sucesos de Balma, una extraña mezcla de histeria y misterio jamás resuelta, fueron cortados de raíz recién comenzada la Guerra Civil.

Fenómenos paranormales, supuestas posesiones, brujería, adivinación, todo se juntaba en una mezcolanza imposible, en un batiburrillo infernal en las entrañas de unas grutas angostas y claustrofóbicas en las que las gentes humildes de todos los rincones del país llegaban con un único propósito: expulsar al maligno de sus cuerpos.

Setenta años después, un añejo trabajo perdido en el tiempo fue nuestra guía clave en este viaje hacia lo más profundo del delirio mágico de la España negra. El periodista del rotativo LA LIBERTAD, Alardo Prats, el reportero que en 1929 realizó una serie de artículos bajo el rotundo titular de TRES DÍAS CON LOS ENDEMONIADOS, fue el mapa inicial para comprender un misterio social que se enquistó en una de las comarcas más desoladas de nuestra geografía.

Con él en la guantera del coche pusimos rumbo a las faldas de Balma, dispuestos a saber qué ocurrió con esta historia (en palabras de los responsables de la Iglesia) "oscura, tenebrosa y de la que es mejor no hablar".

La vieja hospedería, que hoy como ayer se abrasa al sol inmisericorde, nos recibe en silencio. Un silencio casi perpetuo que acompaña todo nuestro viaje. Junto al edificio, coronando el camino estrecho y retorcido, las cuevas vacías, profundas, negras, donde parecen resonar los ecos enloquecidos de aquellas miles de personas que habían sido sometidas al exorcismo. Dentro de ellas, como si el tiempo se hubiese detenido, tres cirios encendidos dibujando sombras fantasmagóricas en la pared. No hay nadie. Detrás cientos de exvotos colocados en un muro, testigos de las curaciones allí efectuadas.

Muchos son piernas blanquecinas de niños, modeladas en cera, que cuelgan meneándose con algún último golpe de aire. Nos acercamos a una vieja fotografía sepia y parcialmente rasgada, el retrato de una mujer madura y sonriente, vestida de antiguo domingo en blanco y negro. Suponemos que es de los años treinta. Leemos atentamente: "Gracias infinitas a la Balma, por haberme desatado los demonios de mi cuerpo".


EMBRUJAMIENTOS Y ORGíAS

Resulta extraño que el lugar que ahora pisamos, venerado desde 1308 tras la aparición milagrosa de la supuesta Virgen ante un pastor, se convirtiese durante años en escenario de un culto pagano, monstruoso y excesivo como ningún otro se ha dado. De ello hablábamos con José Barberán. El atento ermitaño que, por tradición, se encarga de mantener las instalaciones de la hospedería, aquella en la que se fotografiaban los endemoniados de los años veinte, y donde pernoctaban brujas y hechiceros, poseídos y curiosos en busca de un éxtasis prohibido y ancestral que haría palidecer a cualquier antiguo aquelarre.

Barberán, con el socaire de la brisa asomando a nuestra derecha, sentados los tres en una vieja mesa de madera que se asoma sin miedo al pronunciado barranco, nos da un dato curioso y a tener en cuenta: ya en el siglo XIII el franciscano Gil de Zamora narraba en su obra, QUARTO DE DEMONIACIS ET LIBERTAIS AB AEGRITUNIDIBUS VARIIS, las sanaciones milagrosas de verdadera posesión diabólica ocurridas en la cueva estrecha que teníamos enfrente.

El ermitaño nos hablaba sin miedo de aojamientos, maldiciones y sucesos paranormales entre la amalgama de histeria colectiva que se adueñaba del lugar al caer cada mes de septiembre. Una situación que desembocaba en orgías y desenfreno a la más mínima ocasión, saltándose las normas rígidas y represivas de la época.

"Todo se mezclaba aquí, en este lugar. Y lo cierto es que mucha gente venía con la excusa de acceder a sus más bajos instintos", nos afirmó rotundo.

Tampoco le cabía duda a nuestro interlocutor que la Guardia Civil acabó con el asunto el día que decidió empuñar las armas ante el delirio y el trastorno público que causaba la fúnebre procesión. Al parecer, hubo que actuar urgentemente ante algunos procesos de exorcismos en los que los afectados, llevados en volandas hacia el éxtasis, ponían en serio peligro sus vidas.

Éste era otro comentario recurrente que encontramos a lo largo y ancho de las poblaciones vecinas de Morella o Forcall; la mano dura de la autoridad que un día, al grito de "como vea un endemoniado más le pego un tiro", zanjó el asunto por la vía rápida.

Nuestras pesquisas aquí y allá llegaron a la conclusión de que el hombre que pronunció aquella frase histórica, y que organizó todo el aparato represivo de los fenómenos de Balma, fue el comandante José Pitarch.

Simplemente, el último eslabón de un proceso lógico para finalizar con una riada humana que en el año 1935 llegó a reunir en Balma a más de 20.000 personas, llegadas de todos los rincones de la península y congregadas con la imparable fuerza del boca a boca al margen de la ley.

Su único objetivo: el exorcismo salvaje que les liberaría de la pesada carga maldita que algunos, como Carmen Jordi, llevaban a cuestas a lo largo de cinco años. Otros, como los hijos de la endemoniada Josefa Peirats, también aseguran, con gestos absurdos y chillidos sin fin, que su alma ha sido invadida por el mismísimo Príncipe de las Tinieblas. Son niños de dos y tres años, que entran en la cueva atados de pies y manos, bajo la mirada atenta de las ancianas brujas.


"la Guardia Civil acabó con el asunto el día que decidió empuñar las armas ante el delirio y el trastorno público que causaba la fúnebre procesión. Al parecer, hubo que actuar urgentemente ante algunos procesos de exorcismos en los que los afectados, llevados en volandas hacia el éxtasis, ponían en serio peligro sus vidas."
portada Maestrazgo De Castellón: Un Paraíso Maldito



UNA CRUZ CONTRA EL DIABLO

Josefa Monterde, vecina de Codoñera (Teruel) y de 33 años de edad, llegó a la cueva de Balma también atada con recia soga, con los brazos en cruz y portada por cinco hombres. Los ojos en blanco y la boca echando espumarajos al tiempo que profería amenazas y frases violentas. Las caspolinas, las hechiceras enlutadas que durante años procedieron a oficiar el ritual de limpieza, alzan la voz: "¿Qué saben los médicos de estos males? Nada. Sólo un milagro puede curarlos".

Acto seguido se rocía la cara de la presunta posesa con agua bendita. Agua que expulsa retorciéndose en el suelo como si le abrase el cielo en la boca. Las velas, ayer como hoy, presencian en silencio la escena. Ya ha caído la noche. La mujer se ríe en una carcajada interminable justo hasta que la plantan ante la deteriorada imagen milagrosa de la Virgen aparecida en el siglo XIV.

Según relatan los documentos a los que accedimos durante la investigación, la mujer cae aparentemente muerta, en estado de catalepsia profunda, al tiempo que las tres mujeres, fallecidas hace ya más de setenta años, gritan con todas sus fuerzas dejando resbalar la cera de sus velas entre sus manos agarrotadas. "¡Que salgan por las manos!¡Que salgan por los pies!".

Josefa vuelve a la vida ante el suspiro de la concurrencia impresionada. Luego serpentea con el pecho pegado al suelo, mientras le atan fuertemente unos lazos azules en los dedos de las manos y los pies. Intenta arrancárselos y empieza a sangrar. Las caspolinas recrudecen sus cánticos: "¡Que salgan por las manos! ¡Que salgan por los pies!".

En un charco rojizo cae desfallecida la endemoniada de Codoñera. Hasta que no se ha quitado todas las cintas azules nadie la ayuda. Tras dos horas termina el ritual. La posesa se considera sana y salva, de nuevo en gracia con el Señor.

Esta escena se produjo en una gruta más elevada que las demás. Al situarnos bajo su entrada, en mitad de un terraplén, observamos como nada ha cambiado. Según nos informan, alguna gente continúa llegando de tarde en tarde hasta el lugar para aprovisionarse de un poco de tierra rojiza del interior que luego mezclan con agua. Su arcilla, ingerida al instante, se sigue considerando un ungüento contra los más poderosos males de ojo, algo en lo que aún se cree firmemente en el microcosmos del Maestrazgo. Una muestra patente de la arraigada creencia de los "alojamientos" es el pasillo artificial que, puñado a puñado, han ido creando los visitantes en este último medio siglo. Varias toneladas de tierra han sido arrancadas por las manos de la fe.

Nos llama poderosamente la atención la cruz blanca y fina que preside la entrada. Los lugareños a los que acudimos en las poblaciones colindantes nos sacan de la duda: "esa es la cueva del Diablo". Según cuentan decenas de testigos un ser extraño, negruzco, baja por la ladera del barranco aproximándose, ya en los años cincuenta y sesenta, a los asustados viandantes que se adentraban en la serranía. Ello hizo que en 1974, por suscripción popular, se instalase este símbolo en la misma entrada de la gruta. Desde entonces, aseguran con mueca de alivio, no se ha vuelto a ver la tenebrosa efigie.


"LA HISTORIA DE BALMA ES OSCURA Y SUCIA"

No fue fácil encontrar a Don Joaquín Tena, cuyo sagrado ministerio se extiende por la Balma y las alquerías anexas. Antes de llegar hasta la sacristía de Forcall, atravesamos una zona repleta de pinturas rupestres, huellas de dinosaurios y asentamientos primitivos llenos de simbolismo que, según nos explicaron cronistas locales, demostraban el profundo y ancestral significado mágico de esta zona del Maestrazgo para sus más antiguos pobladores.

Joaquín Tena nos recibe entre la penumbra de la iglesia y con el retablo como fondo. Muestra una clara preocupación. Aquellos hechos no se han olvidado; muy al contrario, su leyenda negra crece y crece cada día: "la Historia de la Balma (nos dice retumbando su voz entre las bóvedas de piedra) es una historia oscura y sucia. Venían miles de personas, se aniquilaba el orden público. La mayoría de ellas se unían a la romería de los endemoniados con el fin de saciar sus más bajos instintos y apetencias. Aquello, con el espiritismo y los endiablados como fondo, se convirtió en una manifestación anticlerical en la que imperaba el desenfreno y lo prohibido. Recuerdo, incluso, haber visto a gentes de Francia que cruzaban la frontera con el único fin de ser sanados por las brujas y poder regresar con el alma limpia a su país".

¿Hubo también prácticas de espiritismo en la época? Preguntamos al unísono.

"Sí. Las hubo en la misma hospedería donde antaño se acogía al peregrino. Eso nos trajeron las brujas y hechiceras. Se hacía espiritismo y se recreaban, incluso, apariciones de difuntos, para mí con trucos destinados a aterrorizar a la gente y sacarles el dinero. Hubo gente que obtuvo muchos cuartos de la credulidad y el miedo de estas personas. Había una gran mesa octogonal que tenía cajones en cada lado, las espiritistas se concentraban y hacían que unos y otros se abriesen indistintamente. Aquello provocaba pánico entre los congregados. Eran técnicas de ilusionismo con las que se conseguían todos fines, demostrando tener poderes sobrenaturales ante aquella masa de analfabetos extasiados con lo extraño. Por fortuna, llegó un momento en que la autoridad tuvo que cortar radicalmente con todo esto. Desde aquel día ya no supimos más de endemoniadas ni poseídos. Y que no regresen nunca".

Cae la noche y seguimos rodando en busca de las biografías de aquellos hombres y mujeres que formaban el retrato lejano de una España negra y dramática. Anotamos sus nombres y proseguimos a la búsqueda de se recuerdo. Mariano Oliver, el endemoniado aragonés que levitó ante decenas de testigos, Manuel Monzón, a la que un mal espíritu dejó muda durante años, o Joaquín Fontcuberta, el marinero al que las brujas caspolinas aseguraron que no había remedio para su maldita dolencia.

Médicos y autoridades oficiales como Alvar Monferrer, con los fríos datos del arduo estudio sobre a mesa, siguieron de cerca los casos de veinticuatro adultos y veinte niños marcados por el estigma del Diablo.

Recordamos todas estas escenas de delirio y fe, de oscuridad y magia, mientras el coche serpentea por los puertos de Morella. Atrás quedan pueblos semiderruidos como Zorita, con sus casas abiertas a la intemperie. De fondo, la boca negra de Balma. Al alejarnos no podemos evitar que retumben en nuestra memoria las palabras que el periodista Alardo Prats pronunció en este mismo trecho del camino hace setenta años. Aquellas que ponían fin a su artículo y decían: "He permanecido tres días en esta montaña de pesadillas, viviendo un monstruoso sueño de locura".


"es una historia oscura y sucia. Venían miles de personas, se aniquilaba el orden público. La mayoría de ellas se unían a la romería de los endemoniados con el fin de saciar sus más bajos instintos y apetencias. Aquello, con el espiritismo y los endiablados como fondo, se convirtió en una manifestación anticlerical en la que imperaba el desenfreno y lo prohibido"
portada Maestrazgo De Castellón: Un Paraíso Maldito
(c) Fotografías y Archivo: Francisco Contreras Gil.
Biblioteca Del Viajero

- ELS ENDEMONIATS DE LA BALMA, de Álvar Monferrer.

- NUESTRA SEÑORA DE LA BALMA, de Don Ramón Ejarque.

- SUPERSTICIÓN Y FE EN ESPAÑA, de María Ángeles Arazo.

- ENIGMAS PENDIENTES, de Francisco Contreras Gil.
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