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Lectura Y Escritura En Jaime Gil De Biedma
por Lydia Rodríguez

Callejeando por la bella ciudad de Santander encontré en una céntrica librería un breve libro que llevaba por título Leer Poesía, Escribir Poesía. La obra recoge la trascripción de dos conferencias que, con título homónimo, dictó en 1983 el poeta barcelonés Gil de Biedma en un seminario organizado por el Vicerrectorado de Extensión Universitaria de la Universidad de Granada, a fin de explicar o dar a conocer tanto su papel de lector como de creador.

A pesar de su escasez creadora (sus poesías completas, recogidas en Las Personas Del Verbo, no alcanzan las 200 páginas), comparada con la de otros de sus coetáneos, Gil de Biedma ha alcanzado una proyección inimaginable. Su éxito se debe quizás a esa suerte de acierto dialéctico que sólo roza a unos cuantos poetas; es decir: saber trasladar, al campo de la lengua escrita, una experiencia o emoción (ya sea ficticia o real) con las palabras exactas y justas en un breve puñado de versos. Sus aportaciones y presupuestos teóricos sirvieron posteriormente de base estética a ese grupo que en las dos últimas décadas del siglo XX se ha conocido con el nombre de La Otra Sentimentalidad, cuya nómina está compuesta por autores como Javier Egea, Antonio Jiménez Millán, Álvaro Salvador o Luis García Montero entre otros.

Nuestro poeta, como él mismo llegó a confesar, fue un escritor lento y sostenía que la actividad literaria se tornaba absolutamente prescindible e incluso innecesaria cuando no se tenía nada personal que decir, aspecto que, como bien apunta la estudiosa Carme Riera, le indujo a abandonar definitivamente la escritura en 1981. Biedma manifiesta que a partir de la Modernidad (a excepción de nombres como el de Yeats o Cavafis) es raro encontrar a un poeta que escriba poemas realmente significativos más allá de los cuarenta y pico años. Así confiesa en 1982, en la nota biográfica redactada para la segunda edición de Las Personas Del Verbo (de Seix Barral): "Quizá hubiera que decir algo más sobre eso, sobre el no escribir. Mucha gente me lo pregunta, yo me lo pregunto. Y preguntarme por qué no escribo inevitablemente desemboca en otra inquisición mucho más azorante: ¿por qué escribí? Al fin y al cabo, lo normal es leer. Mis respuestas favoritas son dos. Una, que mi poesía consistió –sin yo saberlo– en una tentativa de inventarme una identidad;[...] Otra, que todo fue una equivocación: yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema".

Para el poeta catalán, la escritura no sólo está condicionada por el hecho de haber leído con anterioridad, sino que para él es “mucho más determinante y mucho más condicionante” ser un lector de poesía antes que poeta. Además, el lector durante la lectura también participa en un acto de creación y el papel que desempeña éste en el proceso –por decirlo de alguna manera– de validación de un poema es irremplazable. Así advierte, en el pie de la letra: "sin él, hay poema, pero no poesía". En este sentido, y como bien señala Eugenio Maqueda, "el lector [...] es el que tiene la misión de descifrar el sentido del poema".

Sin embargo, el verdadero lector no desempeña un papel fácil. Como ya advirtiera el poeta Pedro Salinas en su Defensa De La Lectura, existen los leedores y lectores. Los primeros engullen indiscriminadamente y sin analizar; por su parte, los segundos –tal y como sugiere García Montero en ¿Por Qué No Sirve Para Nada La Poesía?– "están llamados a la interpretación, a la lentitud de la duda crítica y a los merodeos de la imaginación".

En definitiva, la escritura vino precedida, en el caso de nuestro poeta, por la lectura inteligente e imprescindible de unos cuantos poemas que modularon o definieron su personalidad, su sensibilidad (incluso su voz poética) y lo acompañaron durante toda su existencia.

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