| Hace varios meses tuve un alumno de 28 años que me confesó no haber leído nunca un solo libro. Yo disimulé mi asombro con una leve sonrisa e intenté restarle importancia, aunque el hecho me pareció triste y, cuanto menos, preocupante.
Como Carlos –nombre ficticio de este alumno– hay miles de personas en España, quizá de su misma edad, que nunca han experimentado la curiosidad ni la necesidad de tener un libro entre las manos y leerlo. Para mí, este hecho es un signo claro, no ya de una falta de inquietud cultural, sino de una pobreza de espíritu que atenta contra la lucidez.
El libro para Federico era “una voz contra la ignorancia” y en su Alocución Al Pueblo De Fuente Vaqueros –esa hermosa lección con la que nuestro granadino universal inauguró la primera biblioteca de su pueblo– declaraba la importancia que tenían las reivindicaciones culturales –al mismo nivel que las económicas–, pues el saber hace libre al espíritu humano y salva a los hombres de “convertirlos en máquinas al servicio del Estado”.
"Yo he visto a muchos hombres de otros campos –declara Lorca– volver del trabajo a sus hogares, y llenos de cansancio se han sentado quietos, como estatuas, a esperar otro día y otro y otro, con el mismo ritmo, sin que por su alma cruce un anhelo de saber. Hombres esclavos de la muerte sin haber vislumbrado siquiera las luces y la hermosura a que llega el espíritu humano. Porque en el mundo no hay más que vida y muerte y existen millones de hombres que hablan, viven, comen, pero están muertos. Más muertos que las piedras y más muertos que los verdaderos muertos que duermen su sueño bajo la tierra, porque tienen el alma muerta. Muerta como un molino que no muele, muerta porque no tiene amor, ni un germen de idea, ni una fe, ni un ansia de liberación imprescindible en todos los hombres para poderse llamar así. Es éste uno de los programas, queridos amigos míos, que más me preocupan en el presente momento".
Y unas líneas más adelante continúa:
"Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y, ¿dónde están esos libros?
¡Libros! ¡Libros! He aquí una palabra mágica que equivale a decir: `amor, amor´, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras".
Por su parte, el también poeta y granadino Luis García Montero reconoce el beneficio que proporcionan los libros, se siente optimista junto a ellos (contemplando la caprichosa arquitectura que se dispone en las estanterías de su hogar) y confiesa visitar con frecuencia su biblioteca "como quien va a cultivar su jardín, buscando un paisaje en el que reconocerme". Para él, la clave de que en la actualidad se lean pocos libros radica en esa prisa que hoy es inherente al individuo contemporáneo. La premura es diametralmente opuesta al sosiego y la lentitud que requieren los libros. Así afirma: "Nadie tiene tiempo ni paciencia para adentrarse en una tarea que necesita cierta dedicación y tranquilidad".
El escaso triunfo con el que cuenta en nuestros días la actividad lectora es debido, en parte, al hecho de que, además de ser acto solitario, no tiene una utilidad manifiesta. No hay una razón concreta para leer un libro. Digamos que el lector suele leer por el placer estético y la felicidad que se experimenta (lo cual no es poca cosa). Ése es el auténtico lector según Pedro Salinas: "el que lee por leer, por el puro gusto de leer, por amor invencible al libro, por ganas de estarse con él horas y horas, lo mismo que se quedaría con la amada; por recreo de pasarse las tardes sintiendo correr, acompasados, los versos del libro, y las ondas del río en cuya margen se recuesta. Ningún ánimo, en él, de sacar de lo que está leyendo ganancia material, ascensos, dineros, noticias concretas que le aúpen en la social escala, nada que esté más allá del libro mismo y de su mundo".
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