|
|
| | | La Diablesa De Orihuela | | | por Francisco Contreras Gil | | |
| | | La Semana Santa despierta austeridad y profundos sentimientos religiosos, vividos con gran pasión, a lo largo y ancho de la Península Ibérica. Inmersos en pleno siglo XXI algunos pueblos, afortunada y sorprendentemente, conservan extrañas procesiones y herméticos rituales de origen pagano que sobrecogen por la siniestra atmósfera que les rodea. Éste es uno de ellos... | | | | La celebración de la Pascua en nuestro país cuenta con tradiciones históricas que hacen aflorar el fervor popular. Durante siete días las calles de todas las urbes de nuestra piel de toro se inundan de imágenes religiosas, cofrades y penitentes bajo un estremecedor silencio o el canto roto de las saetas. Toda una muestra del particular sentir y con la que se revive la pasión de Cristo.
Entre la multitud de procesiones que colman las ciudades de España, existen varias ancladas en tiempos ancestrales. Casi todas ellas de origen medieval y que han perdurado hasta nuestros días sin variación alguna en su preparación y puesta en escena.
Buenos ejemplos de estas comitivas las encontramos en las tamborradas de Calanda, Hijar y Alcañiz en Teruel; las albaceteñas de Hellín y Tobarra, o las de Baena, en Córdoba.
A las doce de la noche del Jueves Santo, miles de personas se reúnen para hacer redoblar sus tambores cuyos tronadores estruendos no cesarán de retumbar hasta el Sábado Santo.
Más morboso resulta contemplar a los penitentes rituales que peregrinan por localidades como Valverde de la Vera, en Cáceres. Allí, los "empalaos", hombres con el torso desnudo, se ciñen dos sogas de esparto y con los brazos en cruz, sujetos a un tosco madero, unas enaguas por vestido para andar por las callejuelas del pueblo y con los pies descalzos.
Recorren un particular "vía crucis" en el que se humillan y rezan en cada estación además de arrodillarse para saludar simbólicamente al resto de "empalaos" con los que se cruzan en su camino.
Los "picaos" en San Vicente de la Sonsierra, en la Rioja, es otra celebración inusual. Los vecinos, ataviados con un hábito de color blanco que deja al descubierto la espalda, transitan por las calles descalzos, flagelándose con látigos de lino y produciéndose en cada golpe en la espalda numerosos hematomas que uno de los cofrades acompañante va "picando" para poder reventarlos y que fluya la sangre para que la piel no se infecte. Una cera en la que hay incrustados pequeños cristales corta la epidermis del penitente haciendo que la sangre fluya. Cada fustigamiento hace que brillantes gotas rojas cambien la tonalidad de las ropas y produzcan estremecedoras muecas de dolor entre los asistentes al acto.
Pero si existe una tradición digna de mención y estudio es, sin duda alguna, la que se celebra desde 1694 en la comarca de la Vega Baja de Alicante, concretamente en la localidad de Orihuela.
La Semana Santa, en este maravilloso enclave del levante español, es especial. Cada año sale a las calles La Diablesa –también conocida como Cruz de los Labradores– ante la curiosidad y el asombro de cientos de curiosos que se agolpan en las vías públicas.
PAGANA HISTORIA E ICONOGRAFíA
Una escultura religiosa única en su género. El paso, compuesto por una cruz por la que se descuelgan unas toallas, rodeada de nubes, con cinco ángeles que portan un martillo, una corona de espinas, unas tenazas, una escalera y una cruz que emerge sobre una bola del mundo que es abrazada por un esqueleto tumbado y un diablo con pechos asiendo una manzana, conforma una sincrética y profana estampa.
Solamente algunas pinturas medievales del centro y Norte de Europa muestran algún nexo de semejanza con La Diablesa. Una de ellas se encuentra en la Columna de la Peste de Viena, una obra escultórica realizada en 1682 por Johann Bernard Fischer Von Erlach, y que también muestra un diablo de características similares al alicantino.
La marcha religiosa encamina sus pasos en un pasacalles desde la Universidad de Orihuela, comandada por el Caballero Cubierto, personaje elegido por las autoridades oriolanas por alguna obra benéfica o trabajo de relevancia para la comarca.
Desde Santo Domingo hasta Monserrate, las diferentes iglesias de la localidad son paradas obligatorias. La Diablesa no entra en ninguno de los templos. Aguarda, bajo la atenta mirada de los asistentes, a la comitiva.
Su origen aparece documentado desde el siglo XVII, cuando varias cofradías, agrupadas bajo el nombre de Cofradía del Santísimo Sacramento, realizaron labores piadosas dando sepultura a vagabundos y sentenciados por la ley.
A finales del siglo XVII, diferentes gremios se sumaron a la organización de las fiestas cristianas. En 1902, los horneros y panaderos se unieron en la Oración en el Huerto y, en 1964, los labradores comenzaron a participar en el séquito del Viernes Santo, portando el estandarte de la Cruz de los Labradores "con unas toallas solamente”.
Tras la primera procesión, los labradores encargaron a Nicolás de Bussy un nuevo paso iconográfico que salió por primera vez en procesión en 1695. Para realizar esta obra enmadera policromada, los agricultores del Arrabal de San Agustín tuvieron que endeudarse, como así quedó reflejado en varios manuscritos.
La manifestación eclesiástica ha sufrido diferentes variaciones con el paso del tiempo. En la actualidad esta compuesta por tres pasos: San Juan Evangelista, conocido popularmente como San Juan de la Palma, obra anónima; El Triunfo de la Cruz de los Labradores o La Diablesa, del citado Nicolás Bussy; eL Cristo Yacente, de Sequeir Zanón, y La Soledad, obra de Sánchez Lozano.
| "El paso, compuesto por una cruz por la que se descuelgan unas toallas, rodeada de nubes, con cinco ángeles que portan un martillo, una corona de espinas, unas tenazas, una escalera y una cruz que emerge sobre una bola del mundo que es abrazada por un esqueleto tumbado y un diablo con pechos asiendo una manzana, conforma una sincrética y profana estampa." | |
ENTRE LO ORTODOXO Y LO HETERODOXO
La imagen, como otras muchas, tiene dos lecturas simbólicas: una religiosa y otra iniciática o hermética. La primera nos muestra el triunfo del cristianismo sobre los placeres terrenales: el globo terráqueo, la tentación y la muerte (representados en la bola del mundo), el esqueleto y la diablesa. Por encima de ellos la pasión, muerte y resurrección del Mesías reflejado en los querubines. La diablesa se identifica como Lilit, trasunto hebreo de la diosa sumeria Lilitu, reina de la noche, asesina de niños y seductora de hombres durante el sueño acompañada en sus cortejos nocturnos por búhos y chacales.
La segunda se cimenta en saberes y filosofías herméticas: el triunfo de la Alquimia. El Crisol, figurado en la cruz, triunfa convirtiéndose en la piedra filosofal después de pasar por el laboratorio donde se trabaja para conseguir la esencia.
El Hombre, representado en el esqueleto junto a los alquimistas reflejados en la diablesa, se une en la esfera, símbolo de la globalidad, que finalizará con la separación del principio alquímico de la purificación.
| "Entre la multitud de procesiones que colman las ciudades de España, existen varias ancladas en tiempos ancestrales. Casi todas ellas de origen medieval y que han perdurado hasta nuestros días" | |
|
| | | (c) Fotografías: Francisco Contreras Gil. | | | | Biblioteca Del Viajero
| | | - SUPERSTICIÓN Y FE EN ESPAÑA, de María Ángeles Arazo. | |
|
| Imprimir artículo / Enviar por email
|
|