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Diario De Un Peregrino - Gnomon: El Secreto De Eunate
por Francisco Contreras Gil

portada Diario De Un Peregrino - Gnomon: El Secreto De Eunate
Cargué la mochila y ajusté los anclajes a la cintura intetando repartir lo mejor posible el peso sobre la espalda. El dolor volvió inmisericorde. Era punzante como una nota aguda y sacudía mi cuerpo con un escalofrío idéntico al que antaño sufría cuando los profesores rompían la tiza en el encerado.
Respiré hondo. Apreté los puños y seguí las felchas amarillas, ya compañeras inseparables y silenciosas desde que iniciara -cámara de fotos, cuaderno de campo y micrófono en ristre- la radiofónica aventura jacobea que emprendí el 11 de octubre de 2004, en la urbe pirenaica de Jaca, por el tramo aragonés con la credencial número 2.532.

Encaminé el rumbo hacia el sendero que se abría paso entre el alto maizal. La espigada siembra parecía cantar azuzada por el fuerte viento a modo de bienvenida. Llovía intensamente. Las botas pesaban más de la cuenta debido al barrizal en el que se había convertido aquella senda transitada por millones de personas en busca del milagro, la fe o el perdón. Ni si quiera la huida de las ratas ante los chasquidos que producían mis pasos en el barro hicieron que aminorase el ritmo; es más, provocó una mueca de sonrisa al recordar las crónicas de Americ Picaud en Liber Peregrinationis, donde daba buena cuenta de los peligros con los que se toparía el peregrino en la ruta de las estrellas por tierras españolas.

El pulso se aceleró paso a paso. Ante mí fue surgiendo la ermita navarra de Nuestra Señora de Eunate, perfilada por los reflejos de la luna y el farolillo que marca la ubicación del albergue para los concheiros. Ahí estaba. Apartada de todo. En medio de la nada. Ubicada en el mismo puto en el que convergen las dos principales vías -procedentes de Somport y Roncesvalles- hacia Santiago de Compostela. Allí donde los caminos se hacen uno.

Aceleré el ritmo. Estaba ensimismado por la fotografía que ofrecía el que es uno de los iconos de la arquitectura mágico-religiosa en España. Emocionado ante la posibilidad de poder observar, tocar, sentir un santuario considerado lugar de secretos, entrada al mundo invisible, vinculado a fuerzas celetes y terrestres desde tiempos inmemoriales.

Al llegar a la primera de las tres puertas por las que se accede al recinto, saqué las manos de los guantes y comencé a acariciar los muros del deambulatorio exterior. Recorrí el corredor compuesto por treinta y tres arcadas. Vislumbré los catorce capiteles, de los que surgían mascarones demoníacos, animales imaginarios y toda una iconografía sagrada reflejada en volutas, palmitos, tallos enroscados y piñas. El dolor parecía haber desaparecido justo en el instante que contemplaba el noveno capitel del deambulatorio. En aquella piedra aparecía grabado el descendimiento de un Cristo sin cruz. Una marca hermética que indicaba el carácter litúrgico relacionado con ceremonias vinculadas con la muerte y la resurrección del suelo que estaba pisando.

Tras cruzar las arcadas busqué cobijo de la lluvia y el frío. El albergue para peregrinos, uno de los pocos que permanece abierto durante todo el año, estaba cerrado. Empapado por el agua y con el cuerpo entumecido por la gélida temperatura me acerqué hasta una de las entradas. ¿Estaría el templo de Eunate abierto?, pensé.

Aquella era una idea delirante. Algo impensable, sabiendo además que durante los últimos meses había sido desgraciadamente el escenario de actos vandálicos como divulgó la prensa. Flanqueado por dos rostros barbudos de semblante hierático que se asomaban en las arquivoltas, empujé el portón. La madera crujió mientras se entornaba la puerta. Lo imposble se hizo realidad.

El interior del santuario se encontraba a oscuras. La tormenta había cortado el suministro de energía. Saqué una linterna. El pequeño haz de luz resguardaba mi espíritu temeroso y liberaba mi mente de la inquietante atmósfera fantasmal que generaban los gemidos del viento colándose por las grietas de los sillares. Había que hacer espacio. Tras desplazar varias hileras de bancos, junto a tres peregrinas llamadas Blanca, Teresa y Pilar, preparé un improvisado colchón con las mantas, forros polares, jerséis y el resto de prendas que quedaban secas. Una espontánea solución que sirvió para acomodarnos, reguardarnos de la humedad del suelo y que porvocó que mis compañeras pronto se rindieran al mundo de Hypnos. El cansancio pasó factura...

Sigillium: cuando las piedras hablan

No podía dormir. Era consciente de estar viviendo un momento privilegiado. Me levanté y caminé hasta el altar. El silencio y la oscuridad encongían mi corazón y mi espíritu. Encendí los velones y, a la par que daba lumbre a las mechas tizonas y retorcidas sujetas en gruesos hierros forjados, surgió ante mis ojos un espectáculo sólo comprensible con el lenguaje de las emociones. Nervaduras, arcos y capiteles parecían hablar bajo el color del fuego y el crepitar de las llamas. Observaba, igual que en los juegos chinescos, cómo las sombras crecían y empequeñecían. Rostros diabólicos con dientes aserrados y seres grotescos con ojos desencajados se desplazaban a través de los contrafuertes y pilastras transfomando sus formas y perfiles al compás del capricho de las candelas.

Fascinado, temeroso e inquieto, de la misma forma que durante siglos los peregrinos medievales contemplaron este lugar, me levanté y recorrí el sacro piso escoltado por las miradas de aquel enigmático bestiario rocoso compuesto por toda clase de seres de pesadilla. Las figuras repentinamente parecieron cobrar vida propia. Los juegos de luces y sombras hicieron surgir el desasosiego al recordar que estaba deambulando por lo que antaño fue campo samto para peregrinos. Un escalofrío recorrió mi espalda.

A pesar del temor, aquél era el mejor momento para intentar descifrar el secreto de Santa María de Eunate. Saqué mi cuaderno de campo y comencé a revisar los datos que meses antes había recabado en archivos y bibliotecas sobres las claves que ya descubrieran expertos y estudiosos en simbología templaria como Chevalier, Charpentier, Funcanelli, Atienza, Alarcón o Sierra, así como las divulgadas por un desconocido y discreto grupo de heterodoxos, centinelas herejes del misterio, pertenecientes a la Sagrada y Soberana Orden de los Cavaleiros do Sertao, conocidos bajo el sobrenombre de Caballeros del Sertao, entre los que se encontraban la fémina Clara Tahoces, Sebastián Vázquez, Enrique de Vicente, Miguel Blanco, Iker Jiménez, Jesús Callejo, Juan José Revenga, Pablo Villarubia, Nacho Ares, Mariano F. Urresti, Fernando López J. del Oso, Miguel G. Aracil, Carlos Canales, Javier García Blanco, Óscar Herradón, Juan Ignacio Cuesta, Miguel Pedrero, Iván Ramila, José Guijarro y Francisco Contreras Gil.

Santa María de Eunate representaba la dualidad, las vertientes esotérica y exotérica, de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo...

[CONTINUA EN LAS PÁGINAS DE "20 HISTORIAS INQUIETANTES]
"Fascinado, temeroso e inquieto, de la misma forma que durante siglos los peregrinos medievales contemplaron este lugar, me levanté y recorrí el sacro piso escoltado por las miradas de aquel enigmático bestiario rocoso compuesto por toda clase de seres de pesadilla. Las figuras repentinamente parecieron cobrar vida propia. Los juegos de luces y sombras hicieron surgir el desasosiego al recordar que estaba deambulando por lo que antaño fue campo samto para peregrinos. Un escalofrío recorrió mi espalda."
portada Diario De Un Peregrino - Gnomon: El Secreto De Eunate
Extracto del libro 20 Historias Inquietantes de la Editorial Minotauro.
(Reproducido con permiso del autor y editorial)
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