| Sobre el sano disfrute de la lectura hay diversas interpretaciones; hay quien lee para aprender, quien lo hace para evadirse y quienes lo hacen ya de manera tan natural como si del respirar se tratara: impulsiva y/o compulsivamente. Puede que el lector se pueda reconocer en uno de estos modelos, por dos, por los tres o por ninguno. Los que no leen, no leen nada, y los que leen, leen demasiado.
Porque, ¿quién no ha sentido el cosquilleo por el estómago al adquirir aquel ejemplar que creía descatalogado, la más reciente obra del autor/a favorito/a, o un título por muchísimo menos dinero de lo que solía costar? Seguro que tú, lector compulsivo, puedes reconocer esta sensación de plenitud y de extrema felicidad.
Y si has acudido a una firma de libros, ¿se te ha quedado la lengua paralizada, la mente en blanco, la risa floja? ¿Tienes el valioso ejemplar casi enmarcado en la pared, escondido de la vista y/o de una posible mano traidora? Y por supuesto, estarás maldiciéndote por el resto de tus días por no haber sido más locuaz, brillante en ese momento, como si el escritor/a fuera a quedarse con tu móvil para pedirte el número del tapicero de tu barrio.
Entre los que leen se pueden establecer también algunos subgrupos: los que sólo lo hacen de lo que está de moda por lo que siempre encuentran lo que quieren; los que tienen gustos tan exquisitos que no encuentran nunca nada por lo que suelen ser rastreadores profesionales de ferias de libros antiguos y/o de ocasión; y los de personalidad inquieta por naturaleza (quizá ex niños hiperactivos ¿?), que igual se leen desde las etiquetas de productos de limpieza caseros a ensayos científicos infumables: los libros que solicitan suelen tener que buscarlo los sufridos libreros a Pernambuco, al menos...
También los hay que compran libros por el simple hecho de dejarse deleitar por el olor a papel, por el agradable hilo musical de la librería o por el excesivo trato amable del librero en cuestión. Puedo asegurar por experiencia propia que éstos especimenes existen, al igual que aquellos que adquieren por igual un salón estilo zen que las obras completas del arte propagandístico ruso en la etapa del socialismo revolucionario de Stalin: con tal de que pegue una cosa con la otra los fashion victim son capaces de cualquier cosa... menos de abrir un libro.
Hablando de modas, también me ha llegado la noticia de que está arrasando una que consiste en tener apilados montañas de libros en diferentes rincones de la casa... ¿con motivo de...? No tengo ni idea, porque que yo sepa no tienen utilidad alguna, ni como mesa, ni como silla, ni como reposa–pies... nada, o yo tengo una mente demasiado práctica y poco original, o me tengo que poner al día en cuanto a tendencias decorativas se refiere. No me ojeo ni las revistas del ramo que tienen a montones en la consulta del dentista; creo que son lo más aburrido del mundo; prefiero empaparme de los chismes de las revistas de sociedad....
....Y ésa es otra, personalmente, una servidora, cuando va a la peluquería, a alguna consulta médica, o mientras espera en la parada del bus a que llegue el transporte público, tarda lo suyo así que, ¿por qué no se distribuyen, en vez de revistas varias (o aparte, tampoco hay que ser tan radical ...), algunos libros de bolsillo apañaos en dichas situaciones, o llegar incluso a que este tipo de lecturas estén bien vistas?
Pero bueno, si en el extranjero ha triunfado el book-crossing (o como se llame), los españolitos podríamos aprovechar estos tiempos muertos que tenemos que soportar en nuestro país (desconozco si es así más allá de los pirineos....)
En fin, creo que ni yo misma me imagino con Chéjov mientras me ponen la mascarilla capilar... De momento. | |
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