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Memorias de Adriano
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por Daniel A. Gómez
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Marguerite Yourcenar, famosa escritora francesa de origen belga, la primera mujer en ingresar a la Academia Francesa, se definía como historiadora, como novelista y como poeta. Cualidades que mezclaba, sin perder su claro sabor individual y autónomo, en muchas de sus obras; también en la más conocida: 'Memorias De Adriano'.
'Memorias De Adriano' es una literatura de carácter confesivo; una emocionante, entonada en un estilo tan sereno como estético, mirada atrás sobre las intrigas palatinas, sobre el deseo de la paz romana, o sobre el crimen y el asesinato. Al importantísimo emperador romano, nacido en Itálica, Yourcenar le hace escribir una larga epístola ficcional, embellecida de diversos recursos retóricos, de epítetos de neto corte poético, pero que también posee la amarga saciedad filosófica de un viejo ya moribundo que recorrió las calles de Atenas, que conoció los refinamiento helénicos, que amó la vida y la región cultural tanto de Homero y Safo, como de Platón, Sócrates y Aristóteles.
En esta novela-epístola historial se muestra la apasionada pero también desengañada cultura de Adriano; a veces, al pasar, nos nombra un gran escultor, o un poeta. Discurre sobre querencias literarias, sobre banderías filosóficas. Pero los negocios públicos, auspiciados por los parientes que subían al poder de Roma desde la Hispania provincial, reclamaron su deber, sus deseos de paz, y también la inevitable ambición. La experiencia de la vida, la más astuta y austera experiencia del imperio, le permiten aconsejar, incluso amenizar los duros e imberbes estoicismos de Marco, el joven sucesor a quién está dirigida la carta-novela. Adriano se muestra satisfecho de un gobierno que siempre buscó la paz, pero también hay un retintín de ironía sutil cuando evoca la ascesis intelectual y física que recibiera en las escuelas, en el pasado; experiencias beatíficas en las que el joven Marco, según relata, se complace.
Asistimos, pues, a una importante psicología cultural, la grecorromana, plasmada en los actos del gobierno adrianeo (que son descritos con una fluencia de suave pero preciso gusto literario); y también a las atemporales pulsiones humanas; a los diferentes vaivenes gubernativos, culturales, históricos; al deseo de poder; o a la crueldad -como, por ejemplo, en la revuelta de los zelotes de aquella zona entrañable para millones de diversas creencias y que el emperador terminó llamando Siria Palestina en vez de Judea; como buen despreciador implacable, con su tolerancia y amplitud casi idolátrica, del judaísmo.
La novela llega hasta la misma muerte del emperador; y está sustentada en amplios conocimientos historiográficos por parte de la autora; los trozos netamente inventados, según nos lo esclarece Marguerite Yourcenar en una especie de nota epilógica, fueron realizados para la mejor amalgama de la trama, o para delinear con mayor aserción un carácter o un hecho, con toda fortuna por cierto.
Julio Cortázar, que vivió y murió en Francia, es el más conocido traductor de esta obra. Le debemos la artística cadencia, sentenciosa pero no erudita, bella pero no hedonista, del castellano de Yourcenar. Un libro que muestra los engranajes ineludibles de la maquinaria del poder… Pero sin olvidar la emoción sexual, el solaz de los mármoles, las cuadrículas urbanas erigidas en selvas o desiertos, el recuerdo de la flexible lengua griega, o la hondura escolar de las filosofías que regían aquellos tiempos de muchos espíritus selectos que la cultura y la tradición occidental todavía resguardan, como a este Augusto que Yourcenar hace vivir, morir y trascender en una obra emblemática del pasado siglo.
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